Varios siglos antes de las Cruzadas, Jerusalén comenzaba a ser vista por el occidente europeo como un objetivo religioso y militar. Entre los múltiples antecedentes de las peregrinaciones armadas de los siglos XI y XII, y de la conformación de cuerpos militarizados encargados de la defensa de los peregrinos -como es el caso de los templarios-, la recuperación de la soberanía sobre el Santo Sepulcro comenzaba a proyectarse como un objetivo a largo plazo. Exploramos aquí el particular interés de Carlomagno en lo que sucedía en la Ciudad Santa.
1.- Las peregrinaciones a Tierra Santa en tiempos carolingios
Hacia fines del siglo VIII parece haber existido un intento de organizar las cada vez más frecuentes peregrinaciones a Tierra Santa, cuyo principal promotor era el propio Carlomagno. Dado el papel preponderante que tuvo la orden benedictina en la estructuración del Imperio carolingio, no resulta extraño el empeñoso esfuerzo del emperador en establecer monasterios y hospicios latinos en los Lugares Santos ni que dicha tarea haya sido encomendada a los monjes benedictinos.
La importancia de estos monasterios y asilos ha sido descrita por los cronistas y viajeros de la época. Entre estos establecimientos, el más significativo parece haber sido el monasterio de San Juan de Jerusalén, construido junto con un importante hospital en las proximidades del Santo Sepulcro, cuya principal actividad era la de recibir y dar albergue a los peregrinos latinos que llegaban a la Ciudad Santa. Su construcción, así como su atención, quedó a cargo de los benedictinos. Allí halló hospitalidad, en el año 870, el peregrino Bernardo el Sabio, quien escribe en su Itinerario:
Fui recibido en el hospicio del glorioso emperador Carlos, en el cual encuentran acogida cuantos visitan con devoción esta tierra y hablan la lengua romana. A él está unida una iglesia dedicada a Santa María, la cual posee una rica biblioteca, debida a la munificencia del emperador, con más doce habitaciones, campos, viñas y un huerto en el valle de Josaphat. Delante del hospicio está el mercado.[1]
Se cree que la fundación de estas casas latinas en Jerusalén fue posible por la buena relación que Carlomagno mantuvo con el califa de Bagdad, Harún al-Rashid.
Mientras que Bizancio miraba con recelo el crecimiento del Imperio carolingio, el califa de Bagdad estaba satisfecho de contar con un aliado cristiano, razón por la que lo alentó a que llevara adelante la fundación de residencias religiosas en Jerusalén y le facilitó la llegada de las limosnas dirigidas a su Iglesia. Los Annales regni Francorum, que cubren la historia de los primeros monarcas carolingios desde 741 hasta 829, describen el especial vínculo entre Carlomagno y Tierra Santa. El texto señala que, en cierta ocasión, “un monje, que venía de Jerusalén, le llevó [a Carlomagno], de parte del patriarca, su bendición y reliquias reunidas sobre el lugar de la resurrección de Nuestro Señor”. El rey, que tenía su residencia en Aquisgrán, recibió al monje, quien permaneció en la corte hasta la celebración de la Navidad. Luego, deseando volver a Jerusalén, Carlomagno hizo que lo acompañara un presbítero del palacio, al que encargó llevar sus ofrendas a los Santos Lugares. En respuesta, el patriarca de Jerusalén –además de señalar que “el Monte de Sion y el Monte de los Olivos están gozosos por las donaciones del muy generoso monarca”– recurrió al emperador solicitando ayuda para los peregrinos cristianos que sufrían permanente asedio y vejaciones por parte de los piratas beduinos.[2]
Carlomagno se sintió profundamente agraviado por la situación que atravesaban los cristianos en Tierra Santa y decidió enviar una embajada a Al-Rashid, a fin de poner fin a esta cuestión. Ocurrió entonces un hecho que divide la opinión de los historiadores, pero que constituye un antecedente valioso acerca de las pretensiones y los derechos latinos sobre los Santos Lugares. Al-Rashid respondió al reclamo del emperador otorgando protección sobre las iglesias y los peregrinos y haciendo donación del Santo Sepulcro a Carlomagno en la persona de su representante y embajador. Hay quienes sostienen que tal cosa resulta absolutamente imposible, pues suena inconcebible que un califa del Islam, guardián de los santuarios de su religión, cediera a un cristiano la autoridad sobre parte alguna de Jerusalén.[3]
Sin embargo, las crónicas asocian esta embajada con la cesión a Carlomagno –aunque en forma temporaria– de la autoridad sobre una parte de la Ciudad Santa. Las fuentes relatan que el patriarca transfirió al emperador las llaves del Santo Sepulcro y del Monte Sion junto al estandarte (vexillum). El presbítero, llamado Zacarías, llegó a Roma portando estos símbolos sólo dos días antes de la coronación de Carlomagno como emperador. Podría decirse que, al menos nominalmente, Carlomagno estaba en posesión del Santo Sepulcro al momento de ser coronado.[4]
En los Annales regni Francorum se lee:
Ese mismo día [23 de diciembre], Zacarías, al que [Carlomagno] había enviado a Jerusalén, llegó a Roma, acompañado de dos monjes, uno del Monte de los Olivos, el otro de San Sabas, que el patriarca hizo ir con él. Estos presentaron al rey la bendición del patriarca, las llaves del Santo Sepulcro y del Calvario, así como el estandarte sagrado. El rey los retuvo durante algunos días, habiéndolos recibido con bondad.[5]
Eginhardo (775-840) –un monje, biógrafo de Carlomagno, a quien se le atribuye la revisión de los Annales regni Francorum– dejó testimonio escrito de esta circunstancia:
El califa, informado de los deseos de Carlomagno, no solo le concedió lo que pedía sino que puso en su poder la propia tumba sagrada del Salvador y el lugar de Su resurrección […] Al-Rashid, admirado por los regalos que le enviaba el emperador cristiano, dijo: “¿Cómo podríamos responder de manera adecuada al honor que nos ha hecho? Si le damos la tierra que fue prometida a Abraham, está tan lejos de su reino que no podrá defenderla, por noble y elevado que sea su espíritu. Sin embargo, le demostraremos nuestra gratitud entregando a su majestad dicha tierra, que gobernaremos en calidad de virrey”.[6]
Más allá del alcance real de estas crónicas, los hechos demuestran que, ya en tiempos carolingios, el cristianismo occidental consideraba seriamente la soberanía sobre Jerusalén. Tal como lo señala Runciman, durante algún tiempo Carlomagno reemplazó al emperador bizantino, como monarca cuyo poder constituía la salvaguardia de los cristianos ortodoxos de Palestina, y ellos correspondían a su caridad enviándole expresiones honoríficas de su estimación. Pero el colapso del imperio franco y el renacimiento de Bizancio hicieron que la intervención latina tuviera corta vida y que fuese pronto casi olvidada, salvo por los albergues que había construido la orden benedictina, por el culto de la iglesia de Santa María de los Latinos y por las monjas latinas que servían en el Santo Sepulcro.
Aunque breve, esta potestad de los emperadores francos respecto de Jerusalén nunca fue olvidada en Occidente. Por el contrario, la leyenda la exageró, hasta punto tal que hacia el año 1050 apareció un cantar de gesta en francés, escrito en versos alejandrinos, con el nombre de Voyage de Charlemagne à Jérusalem et à Constantinople. Desde luego, Carlomagno nunca estuvo en Jerusalén. Pero, para los francos de las generaciones posteriores, su derecho a reinar en los Lugares Santos había sido evidente y firme.[7]
Esta conciencia se desarrollaría en el Occidente franco hasta sentir como un imperativo la ocupación efectiva de esa tierra. El hecho de que las peregrinaciones resultaran tan peligrosas llevó a que los grandes barones de Occidente organizaran verdaderas expediciones que garantizaran una mínima seguridad para el contingente. Después de atravesar las rutas balcánicas, la Anatolia se convertía en una tierra peligrosa que era mejor atravesar en grupos numerosos y bien armados. Luego restaba eludir a las numerosas bandas de nómades que vivían en Siria y Palestina –que no eran precisamente las tierras más ricas y mejor administradas del islam–, siempre al acecho de los peregrinos cristianos.
Un caso paradigmático es el de los peregrinos provenientes de Escandinavia. Tanto los noruegos como los daneses contribuyeron a abrir las rutas terrestres y marítimas a Tierra Santa. Inmediatamente después de la evangelización de los noruegos, los viajes de peregrinación a Jerusalén se convirtieron en una práctica creciente, que llegó a inspirar empresas de gran envergadura. Hacia el siglo XI estas expediciones se tornaron en cuasi campañas militares. En algunos casos el número de penitentes y el de los guerreros que los acompañaban era de tal magnitud que algunos autores, como Jacques Heers, los llegan a definir como “precruzadas”. Estos peregrinos escandinavos preferían la ruta oriental a través de las llanuras de Rusia y se unían, muy a menudo, con los cuerpos de mercenarios normandos –la llamada guardia varega– que iban a ponerse al servicio del emperador de Bizancio.[8] Esta ruta a Jerusalén se conocía con el nombre de Jorsalavegr, ‘ruta de las palmas’.[9]
4. La Capilla Palatina, el nuevo Templo de Salomón
Es muy probable que el arquitecto Eudes de Metz (742-814), convocado por Carlomagno en 790 para que construyera la Capilla Palatina de Aquisgrán, haya tenido bajo su dirección a hombres formados tanto en la tradición galorromana de los collegia fabrorum como en la de los magistri comacini. Sabemos por Eginhardo que fueron convocados maestros de obra de todo el imperio. El estilo de la Capilla Palatina tiene su antecedente en la Iglesia de San Vital de Ravena, considerada uno de los más importantes templos del arte bizantino, construida en el siglo V, en territorio que sería luego controlado por los lombardos. Carlomagno había visto este edificio durante la conquista de Lombardía y decidió hacer su capilla aún más grande.
Eudes diseñó la nave principal como un octógono que se encuentra rodeado de una galería de dieciséis caras. El interior del octógono está coronado por una bóveda claustral de ocho lados y su altura produce un impactante efecto de verticalidad. Las antiguas columnas corintias, así como el mármol que se utilizó para decorar el interior, fueron llevadas desde Ravena a Aquisgrán por orden del propio Carlomagno.
La finalidad de esta arquitectura era simbolizar la intercesión del emperador en favor de su pueblo, actuando como mediador entre lo terrestre y lo celeste. Para ello se combinó el cuadrado, símbolo de lo terrenal, con el círculo, símbolo de lo celestial. El octógono resultante es, dentro del valor simbólico de los números, la representación de la eternidad.[10]
Prueba de este cometido de mediación entre el cielo y el mundo es que la Capilla Palatina de Santa María de Aquisgrán fue concebida como un nuevo Templo de Salomón, pues, de la misma forma en que el Imperium christianum carolingio anunciaba la nueva Jerusalén Celeste, la capilla del palacio de Carlomagno debía rememorar el Templo destruido. El célebre trono de piedra de la capilla de Aquisgrán fue tallado imitando el modelo salomónico.[11]
[1] El texto completo del peregrino Bernardo el Sabio puede leerse en Gebhardt, Victor D. (1899), La Tierra Santa, Barcelona: Espasa y Cía.
[2] Annales regni Francorum [799]; pueden consultarse en línea en The Latin Library, https://www.thelatinlibrary.com/annalesregnifrancorum.html.
[3] Lamb, Harold (2002), Carlomagno, Barcelona, Edhasa, p. 411.
[4] Zuckerman, A Jewish princedom in feudal France, pp. 188-189 y ss.
[5] Annales regni Francorum, [800]. Puede leerse en latín, en línea: http://www.thelatinlibrary.com/annalesregnifrancorum.html.
[6] Lamb, Carlomagno, loc. cit.
[7] Runciman, Steven (1935), “Charlemagne and Palestine”, English Historical Review, Londres, vol. L, pp. 606 y ss.
[8] La guardia varega era una tropa de elite que custodiaba al emperador. Estaba conformada por soldados de origen escandinavo. Se instauró en el año 988 tras la cristianización del Rus de Kiev.
[9] Heers, Jacques, La primera cruzada, Barcelona: Andrés Bello, 1997, p. 45.
[10] Kayser, Wolfgang (1996), “La arquitectura románica en Alemania”, en R. Toman (ed.), El románico, Madrid: Konemann, pp. 32-33.
[11] Rodríguez de la Peña, Manuel A. (2014), “Carlomagno y la realeza sapiencial”, en J. Peña González y M. A. Rodríguez de la Peña (coords.), Carlomagno y la civilización carolingia. Estudios conmemorativos en el 1200 aniversario 814-2014, Madrid: CEU, p. 134.
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