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El renacimiento carolingio y el estudio del hebreo

  • Foto del escritor: Eduardo R. Callaey
    Eduardo R. Callaey
  • hace 6 días
  • 5 Min. de lectura

Cuando el hebraísmo iluminó a los monjes


 

La temprana influencia judía en la exégesis carolingia

En la historia del pensamiento medieval hay corrientes subterráneas que fluyen mucho antes de hacerse visibles. La Cábala, que florecerá recién en los siglos XII y XIII, hunde algunas de sus raíces más antiguas en un terreno inesperado: la exégesis cristiana de los monjes carolingios. En los siglos VIII y IX, cuando Europa comenzaba a organizar su cultura sobre el eje de las grandes abadías —es decir, antes de la gran expansión cluniacense—, una tenue, pero persistente influencia judía comenzaba a filtrarse en los estudios bíblicos de Occidente.


Señala Dom David Knowles (The Monastic Order in England, 1940), los monasterios fueron el primer laboratorio intelectual de la cristiandad occidental, el espacio donde la oración y el estudio se fundieron en una misma vocación de conocimiento.


El monacato de la Alta Edad Media —centrado en la lectura, el canto y la copia de las Escrituras— dependía de la letra. La lectio divina no era solo un ejercicio de piedad, sino un método de conocimiento. Comprender el texto sagrado equivalía a descifrar el orden del mundo. En esa tarea, los monjes comprendieron pronto que la lengua hebrea, el idioma original de la revelación, contenía claves que el latín no podía reproducir.


Talla medieval con monje inspirado por un ángel al traducir un texto bíblico del hebreo al latín. Sobre la imagen se encuentra incisa la siguiente inscripción hebrea: אבינו שבשמים יהקדש  (Avinu shebashamáim iheakdesh shimjá), es decir, "Nuestro padre que [está] en los cielos santificará tu nombre". Misericordia gótica, Iglesia de St Pons de Thomières, Francia. (Fuente: Wikipedia)

Talla medieval con monje inspirado por un ángel al traducir un texto bíblico del hebreo al latín. Sobre la imagen se encuentra incisa la siguiente inscripción hebrea: אבינו שבשמים יהקדש (Avinu shebashamáim iheakdesh shimjá), es decir, "Nuestro padre que [está] en los cielos santificará tu nombre". Misericordia gótica  —pequeña talla de madera ubicada bajo los asientos del coro monástico—, Iglesia de St Pons de Thomières, Francia. (Fuente: Wikipedia)



Beda y Alcuino: el hebreo en la escuela de York

El primero en advertirlo fue Beda el Venerable (Newman Jewish influence on Christian reform movements, 1924), quien en el siglo VIII introdujo el estudio del hebreo en su comentario al Pentateuco. Alcuino de York —discípulo indirecto de Beda—, llevó esa inquietud al corazón del Imperio carolingio. En la escuela catedralicia de York —una de las más refinadas de su tiempo— se conservaban manuscritos procedentes de comunidades judías del norte de Francia. Alcuino comprendió que la precisión con que los rabinos analizaban la letra podía enriquecer la comprensión cristiana del texto.


Cuando Carlomagno lo convocó a su corte, Alcuino trasladó esa erudición a Aquisgrán y fundó un modelo de estudio que combinaba la teología agustiniana con la curiosidad filológica. De su impulso nacería un renacimiento intelectual en el que el hebreo, aunque minoritario, adquirió un papel simbólico: la lengua del origen, el instrumento más puro del Verbo.


Además de lo que pudo aprender en York, no hay duda de que estuvo vinculado con maestros judíos. En uno de sus viajes a Roma, estando en la ciudad de Pavía, presencio un debate entre Pedro de Pisa (744-799) y un maestro judío llamado Julio. En una carta dirigida al propio Carlomagno le cuenta de dicha polémica y que esta había sido escrita, dado el interés que había suscitado. Estas discusiones entre maestros cristianos y judíos eran frecuentes, y consideradas una gran oportunidad para aquellos que, como Alcuino o el mismo Pedro de Pisa –uno de los grandes gramáticos de la época–, estaban sumergidos en la exegesis bíblica. El debate les permitía aumentar sus conocimientos de la lengua hebrea, además de ejercitar la dialéctica. Newman cree probable que Alcuino haya conocido a los eruditos judíos que Carlomagno llamo a su corte con el fin de que se enseñara hebreo en la Escuela Palatina, incluso que haya estudiado con ellos en el transcurso de sus viajes.

 

Giovanni Bellini representa la Circuncisión de Cristo desde el respeto hacia esa milenaria tradición hebrea que señala el convenio abrahámico. (Fuente: Wikipedia)

Giovanni Bellini representa la Circuncisión de Cristo desde el respeto hacia esa milenaria tradición hebrea que señala el convenio abrahámico. (Fuente: Wikipedia)



Rabano Mauro y su maestro judío


En el siglo IX, esa corriente alcanzó su punto de madurez en la figura de Rabano Mauro, abad de Fulda y maestro de toda una generación de pensadores germanos. Discípulo de Alcuino, Rabano llevó el método exegético a un nivel de sistematización, hasta ese momento, desconocido. En su monumental Comentarios a los Libros de los Reyes, incorporó observaciones de un erudito judío —posiblemente un converso, pero formado en el Talmud— a quien reconocía como su maestro en las “cosas hebraicas”.


A través de él, Rabano tuvo acceso a glosas y lecturas midráshicas que luego integró a su propia interpretación cristiana. En sus tratados De quaestionibus Hebraicis y De scholiis Hebraicis in Sacram Scripturam aparecen huellas inconfundibles de la hermenéutica rabínica: atención al valor numérico de las palabras, correspondencias simbólicas entre letras y cosas, e incluso la idea —extraña entonces al pensamiento latino— de que el texto divino posee múltiples niveles de sentido.


Lo notable es que Rabano nunca vio en esto una amenaza a la fe, sino una confirmación de que el Espíritu se expresa a través de múltiples lenguas. Su exégesis, enriquecida por esa sensibilidad judía, abriría el camino a una comprensión más simbólica del cristianismo, donde el edificio de piedra y la estructura del texto se funden en una misma geometría sagrada.


Se sabe que Rabano utilizó en sus trabajos otras fuentes judías, tales como Filón y Flavio Josefo. Fue un creador insuperable de laberintos y caligramas. Según afirma el profesor Rafael de Cozar, Rabano Mauro realizó, siguiendo la tradición de Porfirio y Venancio Fortunato, un extenso número de pentacrósticos. En el conjunto de su obra destacan los veintiocho tetrágonos pentacrósticos que bajo una unidad temática componen el tratado de las alabanzas de la cruz: De laudibus Sanctae Crucis, texto fechado en el año 815, dedicado al rey Luis el Piadoso, hijo y sucesor de Carlomagno.


Del Templo de Salomón al Verbo creador


Esta temprana interacción entre monjes y sabios hebreos tuvo consecuencias profundas. En ella se gesta una visión del Templo de Salomón no solo como edificio, sino como figura del alma y de la Iglesia: un símbolo arquitectónico que siglos más tarde será reinterpretado por los constructores medievales y, más tarde aún, por la masonería especulativa.


El Dios arquitecto de Rabano —que ordena el mundo con número, peso y medida— no está lejos del Dios que crea con letras de la tradición cabalística. Ambos ven en el lenguaje el plano invisible del cosmos. La piedra tallada por el monje y la letra trazada por el rabino pertenecen al mismo arte de construir: levantar sentido en lo visible a partir de una estructura invisible.


Cuando, cuatro siglos después, la Cábala brote en las tierras de la Provenza y de Gerona —hablaremos de ello en próximos artículos—, lo hará sobre un suelo ya preparado: un Occidente que había aprendido a pensar en símbolos, a leer el mundo como un texto, y a buscar en la palabra escrita la huella de lo divino. Beda, Alcuino y Rabano Mauro no fueron cabalistas, desde luego, pero su modo de leer la Escritura —como arquitectura del espíritu— anticipó la sensibilidad que haría posible esa nueva forma de mística.


Nota del autor: Este artículo forma parte de una serie de reflexiones previas a la publicación del libro sobre Cábala, que escribimos con Luciana Armanini. Tiene la intención de explorar algunos antecedentes medievales que prepararon el terreno para la mística cabalística.

 

 

Bibliografía consultada:


—Chenu, M.-D. La théologie au douzième siècle. Paris: Vrin, 1957.

—de Cózar, Rafael. Poesía e Imagen: Formas difíciles de ingenio literario en los Siglos de Oro. Sevilla: Universidad de Sevilla, 1991.

—De Lubac, Henri. Exégèse médiévale. Les quatre sens de l’Écriture. Paris: Aubier, 1959.

—Knowles, D. (1940). The Monastic Order in England: A History of its Development from the Times of St. Dunstan to the Fourth Lateran Council, 940–1216. Cambridge: Cambridge University Press.

—Leclercq, Jean. L’amour des lettres et le désir de Dieu. Paris: Cerf, 1957.

—Newman, Louis I. (1966). Jewish influence on Christian reform movements. Nueva York: AMS Press.




 


 
 
 

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