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  • Foto del escritorEduardo R. Callaey

El Templo de Salomón. Su dimensión histórica y simbólica en la Orden del Temple.

Actualizado: 23 may 2021


Por Eduardo R. Callaey ©



La Orden del Temple toma su nombre del lugar que le fue asignado por Balduino II, en el Monte Moria, en la actual “Explanada de las Mezquitas”, debajo de la cual descansan los cimientos del Templo de Salomón y de los que luego se construyeron sobre las ruinas del anterior. Si Jerusalén ha sido considerada el ombligo del mundo judeocristiano, el “Monte del Templo” es epicentro de la espiritualidad templaria.




1.- Un enclave entre dos potencias.


Durante milenios, a partir del crecimiento y expansión de las civilizaciones egipcia y mesopotámica, ambas potencias se disputaron el Asia Menor y el Cercano Oriente. Ubicado en medio de estos dos colosos políticos y militares, el cordón sirio-palestino era la ruta de ida y vuelta cada vez que las superpotencias del mundo antiguo emprendían sus campañas de conquista. Trágico destino de hebreos, fenicios y sirios: Hoy vasallos de unos, mañana esclavos de otros. André Parrot los describe como "estados tapones". Georges Contenau los llama "tabiques divisorios entre superpotencias".[1]


Esto explica la razón por la cual el único período en el que el antiguo reino de Israel logró erguirse como estado soberano -el Reino Unido de Israel y Judá-, coincidió con graves conflictos internos, tanto en Egipto como en Mesopotamia, lo que impidió a los ejércitos de estos imperios, controlar la extensa franja de tierra entre el rio Orontes y el rio Jordán, territorio que quedó a merced de las tribus semitas que habitaban desde antaño en la periferia de la península arábiga, como así también de las colonias fenicias establecidas en el litoral marítimo libanés y de invasores foráneos provenientes del Mediterráneo Oriental.


Hacia el siglo X a.C., los protagonistas del drama de Medio Oriente eran tres: por un lado los fenicios –un pueblo oriundo de las profundidades del Sinaí– establecidos en ciudades opulentas como Biblos, Sidón y Tiro, sobre la costa mediterránea del Líbano; por otro lado los hebreos, que luego de la amarga experiencia de la esclavitud en Egipto pugnaban por establecer un Estado en la tierra de Canaán; y en tercer lugar los filisteos, nombre genérico con el que se identifica en la Biblia a varias tribus de origen pelasgo, que invadieron la Anatolia, Canaan y Egipto en tiempos de la dinastía de los Ramésidas.[2] Derrotados por los egipcios, en tiempos de Ramsés III, se establecieron en el sur de Canaán bajo la protección de sus vencedores, organizándose en una confederación de ciudades encabezadas por Gaza y Ascalón.[3] La amistad entre fenicios y hebreos –que daría lugar a los tratados de paz entre Hiram, rey de Tiro, y los reyes hebreos David y Salomón– tiene su origen en la necesidad de contener a los filisteos. Como veremos, de esta alianza surge la cooperación fenicia en el proyecto de la construcción del Templo de Jerusalén.


Hasta el advenimiento de David, las Ciudades Estado de los fenicios en la costa libanesa vivían bajo el riesgo de una invasión filistea desde el sur. Desde su confederación establecida al sur de Canaán, los filisteos intentaban crear un gran imperio. Por entonces, las tribus hebreas de la Casa de José, unidas en una suerte de federación, habían convertido a Saúl en rey, en un intento por estabilizar al incipiente Estado; pero el choque con los filisteos resultaba inevitable. El ejército de Saúl –tan precario y poco organizado como la nación que intentaba sostener– fue derrotado al pie de la mítica colina de Megido, otrora escenario de encarnizadas batallas entre egipcios y acadios.


La aparición de David –un ex ayudante de Saúl– cambiaría el curso de la historia. Al frente de un pequeño ejército, el joven David logra apoderarse de la plaza fuerte de Jebus, nombre con el que, en ese momento, los ocupantes denominaban a Jerusalén, y allí se hizo fuerte y se proclamó rey de Judá.[4] Aparentemente vivió entre los años 1040 y 966 a. C., reinó en Judá entre el 1010 y 1006 a. C. y sobre el reino unido de Israel –es decir las Doce Tribus– entre el año 1006 y el 966 a. C.. Apoyado luego por una alianza de tribus, David se lanzó contra los filisteos y los derrotó. La incidencia de los filisteos en la historia de Israel es elocuente y quedará ampliamente plasmada en el Antiguo Testamento. Las historias de Sansón y de Goliat –éste último, filisteo– corresponden a este período.[5]


Lo cierto es que estas derrotas contribuyeron a la desaparición de los filisteos como nación, quienes pronto comprendieron que el único camino que les quedaba era el de la integración con los vencedores. Para los fenicios esto significaba la desaparición de un viejo peligro, pero, a su vez, la aparición de un nuevo Estado, el reino de de Israel y Judá, con el que compartía orígenes étnicos, que podía convertirse en una frontera confiable en el sur, y que, seguramente, necesitaría desarrollar un profundo vínculo comercial, teniendo en cuenta los valiosos recursos que las ciudades fenicias pudieran proveerle.


David decidió establecer la capital de su reino en Jerusalén. Sagrada para los judíos, los cristianos y los musulmanes, ha sido un lugar de adoración desde una remotísima antigüedad. Es probable que ya fuese un centro de culto al menos 800 años antes de David, porque Abraham adoró allí y pagó tributo a Melquisedec.[6] No hay datos precisos de cuándo fue fundada, pero es mencionada en uno de los antiguos textos egipcios de execración del siglo XXI a.C con el nombre equivalente a Urushalim, y cuatro siglos después en las tabletas de Tell el Amarna como Urusalim. En algunos registros asirios posteriores se la menciona como Urusillmmu. En el Génesis se la menciona primero con el nombre de Salem o Shalem, pero en el tiempo de los Jueces era conocida como "Jebus de los jebuseos".



Desde la capital del nuevo estado, David logró unificar bajo un mismo reino al territorio israelita y controlar las ciudades de Samaría, Petra, Zabah y Damasco. Asentado su poder, decidió construir un palacio para él y un templo para el poderoso Dios de Israel e instalar allí, por fin, el Arca de la Alianza. Aconsejado por Gad, compró a un jebuseo llamado Ornan, el terreno donde el futuro templo sería construido, y cuyo altar mandó instalar en su emplazamiento definitivo[7]. Se cree que fue en un lugar cercano a la enorme roca que aún hoy puede verse detrás de la reja y bajo la “Cúpula de la Roca”, Abd el Melik, mal llamada "Mezquita de Omar".[8] Esta cuestión es clave para comprender la hipótesis de Louis Charpentier, planteada en sus obras Los misterios de la catedral de Chartres y El misterio de los Templarios, en donde afirma que los caballeros templarios habrían encontrado el “Arca de la Alianza” debajo del emplazamiento que les cede el rey Balduino II. Pero, por el momento, volvamos a David.


Una vez establecido el control militar en el reino, David hizo traer el Arca de la Alianza, que había quedado en los límites del territorio filisteo, guardada en la casa de Abinadab, en Quiryat Yeiram.[9] De acuerdo al relato bíblico, la entrada del Arca en Jerusalén produjo un gran regocijo y quedó resguardada bajo una tienda, a la vez que David ofreció Yaveh holocaustos y sacrificios.


Hiram, el rey de Tiro[10] (978 a.C. circa) comprendió inmediatamente que debía establecer una buena relación con sus nuevos vecinos. De igual modo, David tenía claro que los materiales y los obreros que necesitaba para sus obras solo podría encontrarlos en las ciudades fenicias. Pronto Hiram de Tiro comenzó a enviar hacia Jerusalén troncos de cedro, carpinteros y canteros, con el fin de que el nuevo monarca supiese de las ventajas de contar con los valiosos recursos de Tiro. Esta es la primera mención que hace la Biblia sobre los canteros provenientes de las ciudades fenicias y que serían determinantes en la construcción del Templo de Salomón y de otras grandes construcciones emprendidas por David.[11] A partir de allí se establecieron vigorosas relaciones entre ambos pueblos, en las que parece no existir agresividad. De hecho, muchos adolescentes de las tribus de Galilea se trasladaban a los puertos fenicios, en donde encontraban trabajo.[12]


Pese a los grandes preparativos y el inmenso tesoro reunido en materias primas, David no dio comienzo a la construcción del Templo. Existen varias versiones acerca de los motivos de esta postergación; dos de ellas surgen del propio texto bíblico. En la primera, el propio Dios se rehúsa a poseer una morada, y hablando por boca del profeta Natán, declara que desde la salida de Egipto se había limitado a viajar de tienda en tienda y de lugar en lugar, y que nunca había aspirado a tener palacios de cedro.[13]La segunda versión atribuye la negativa de Dios al excesivo derramamiento de sangre provocado por David a lo largo de su tormentosa existencia.[14]


Más allá de cuál sea la verdad, David le dejó a su hijo Salomón la tarea de edificar la Casa del Señor, y también las materias primas reunidas para su construcción; pero, más importante aún, Salomón preservaría el antiguo vínculo con Hiram de Tiro, sin la ayuda del cual, difícilmente, la tarea hubiese podido llevarse a cabo. Muerto David, Salomón emprendió una serie de obras para ampliar la capital y llevarla a la altura de su poderío. Eligió la parte septentrional de la colina oriental del Monte Moriah, que se encontraba a veinte metros sobre la antigua ciudad (744 mts.). Pero un proyecto arquitectónico de esta envergadura necesitaba de técnicos capacitados y materiales que Salomón no podía encontrar en su reino. Hizo, entonces, un trato con Hiram de Tiro, el viejo aliado de su padre. Este le proveería madera de cedro y ciprés, y también los técnicos, carpinteros y canteros. Estos últimos serían reclutados en la ciudad de Guebel-Biblos. Existen documentos que avalan la importancia de esta ciudad fenicia, como proveedora de pertrechos y personal técnico para la construcción desde principios del III milenio a.C.


En efecto, los documentos egipcios más antiguos encontrados en Guebel–Biblos se remontan a los tiempos del faraón Khasekhemui, de la II dinastía.[15] Si los egipcios, que eran los constructores por excelencia del mundo antiguo, se pertrechaban en Guebel-Biblos, no caben dudas acerca del carácter profesional que habían desarrollado los fenicios. Los arqueólogos coinciden en afirmar que la arquitectura de ese período de la historia de Israel, tiene una marcada influencia neo-hetea, proveniente de Siria y Líbano. También coinciden en que Salomón aprovechó sabiamente los recursos que le ofrecía Hiram, puesto que carecía de hombres capacitados para llevar adelante semejantes proyectos.[16]


Como hemos dicho, Hiram de Tiro fue el gran proveedor de Salomón, el genio logístico de las grandes obras que signarían el reinado del monarca más poderoso de Israel. A cambio, recibió productos agrícolas y tierras; también, a cambio de oro, le fueron dadas veinte ciudades de Galilea. Sin embargo, la relación no estuvo exenta de cierta tensión, debido a que Hiram no se sentía adecuadamente correspondido en el trato. Una de las descripciones más interesantes acerca de la construcción del Templo de Salomón y de la asociación entre Hiram de Tiro y Salomón puede encontrarse en la obra de Gerhard Herm, “Fenicios”.[17] Herm duda de que existiese un “estilo arquitectónico hebreo” sino que fueron los constructores enviados por Hiram quienes dieron la real magnificencia a la construcción. El arqueólogo francés André Parrot (1901-1980) –quien lideró durante muchos años las excavaciones en territorios entonces pertenecientes a Líbano, Iraq y Siria, y que fuera director del Louvre entre 1958 y 1962– parece sostener la misma idea de que el modelo arquitectónico del Templo de Salomón habría que buscarlo en los antiguos templos fenicios del siglo X a.C.[18]


2.- Jerusalén. Un desafío para la arqueología


Si hay un punto preciso sobre el que las tres grandes Religiones del Libro han posado su mirada, ese punto es Jerusalén. Dentro de Jerusalén habita uno de los enigmas que más ha desafiado a los arqueólogos. Ese enigma es justamente el Templo de Salomón. Si hubiese que encontrar el disparador de todos los mitos y misterios que han rodeado a la Orden del Temple, desde su fundación hasta hoy, es que su primer emplazamiento y su cuartel general fueron establecidos en un punto cercano al del antiguo Templo construido por Salomón. Pero es necesario comprender que entre la época del Primer Templo y los tiempos de Balduino II, Jerusalén fue destruida y vuelta a construir en numerosas ocasiones, tal como ha ocurrido con muchas de las ciudades de la Tierra Santa. Debe entenderse que estamos hablando del Templo que albergó el Arca de la Alianza, instrumento mediante el cual el propio Dios manifestaba sus mandatos a su Pueblo a través del Sumo Sacerdote. Pero también debe comprenderse que la única manera seria de acercarse al enigma del Templo de Salomón es mediante las investigaciones llevadas a cabo por los arqueólogos, pues son ellos los que nos pueden explicar el desafío descomunal que representa.

Kathleen Kenyon (1906-1978), destacada investigadora británica, quien fuera directora de la British School of Archaeology de Jerusalén, y que además dirigiera las excavaciones de la “Ciudadela de David” en la propia Jerusalén entre 1961 y 1967 afirma:


Innumerables expediciones han investigado los problemas de la arqueología de Jerusalén; pero la ocupación ininterrumpida del lugar durante milenios ha dificultado mucho las excavaciones y la mayor parte de los resultados han sido poco convincentes. Casi todo el emplazamiento está situado debajo de la actual ciudad amurallada, y en aquellas partes que están afuera de las murallas, las fases sucesivas de ocupación han fragmentado mucho los restos primitivos.[19]


De hecho, no fue sino hasta entrado el siglo XX que los arqueólogos encontraron evidencia científica acerca de la existencia real del Templo de Salomón y de muchos otros edificios, ciudades y monumentos descriptos en el Antiguo Testamento. Otro gran arqueólogo del siglo XX, William F. Albright (1891-1971), director de la American School of Oriental Research de Jerusalén explica que fue recién en 1928 y gracias a los sensacionales descubrimientos del arqueólogo polaco P.L.O. Guy, en Megido, que pudo establecerse como cierto que las cuadras halladas, correspondientes a la época de Salomón, tenían capacidad para 450 caballos, información que coincidía con el texto de I Reyes 9,15-19. Las cuadras –dice Albright– estaban magníficamente construidas, señalando que en aquellos tiempos “se cuidaba mejor a los caballos que a los seres humanos”.[20] Este punto, que pudiera parecer irrelevante cobra dimensión en nuestra historia si recordamos que el sector que el rey Balduino II cedió a los templarios para que constituyesen su cuartel general era conocido como “las caballerizas del Templo de Salomón”.[21] Por supuesto que tales caballerizas no eran las del templo de Salomón, pues las originales están enterradas a no menos de 50 metros por debajo del actual emplazamiento de la llamada explanada del Templo.



Existe un criterio, ampliamente aceptado por la escuela maximalista, acerca de que el Templo de Salomón constituyó la máxima expresión de la arquitectura de su tiempo. Abba Eban (1915-2002), quien fuera Ministro de Relaciones Exteriores de Israel entre 1966 y 1974 y apasionado historiador de la antigua Israel describe la magnitud de esas obras:


El Templo de Salomón fue la gloria mayor de un programa de obras que rivalizaba con el de los faraones. Salomón, al igual que David, construyó en Jerusalén un palacio real. En Hazor, ubicado al lado de la Via Maris, transformó un pequeño y desprotegido poblado israelita en una ciudad real, construyendo a su alrededor un muro y una puerta con cuartos de guardia, flanqueada por dos torres. En Meguido, a unos 35 kilómetros al sudeste de Haifa, en lo que era una ciudad canaanita, probablemente capturada por David, estableció un centro administrativo con fortificaciones similares. En Gezer, cedida a Salomón por Egipto como dote de la hija del faraón, las fortificaciones eran virtualmente idénticas a las de Meguido. Esta fortaleza salomónica no sólo controlaba los accesos a Jerusalén, sino que también sirvió para consolidar el poder de Salomón sobre una importante ruta comercial entre Egipto y la Mesopotamia.[22]


Muerto Salomón lo sucedió su hijo Roboam. La mayoría de las tribus que integraban el reino venían soportando una dura carga impositiva, que era necesaria para sostener las grandes obras de Salomón. Su hijo no solo se negó a reducirlas sino que hizo todo lo contrario: las aumentó. Esto provocó la rebelión de las diez tribus del norte. Inmediatamente estalló una guerra civil, pero Roboam, a diferencia de David y de Salomón, era un hombre sin carácter ni habilidad. No pudo sofocar la insurrección y las tribus del norte terminaron proclamando un nuevo reino al que llamaron Israel, con su capital en Samaría. Al sur solo quedaron las de Benjamín y de Judá, tomando el reino el nombre de esta última, manteniendo su capital en Jerusalén.


Los dos reinos eran marcadamente desiguales. Israel, al norte, además de su tamaño, poseía tierras fértiles y una mayor cantidad de población, mayoritariamente dedicada a la agricultura y el pastoreo. Pero Judá, pese a ser desértica y menos poblada tenía una ventaja: su suelo era rocoso y Jerusalén, su capital amurallada construida en las estribaciones del Monte Moriah, era difícil de atacar. Fatalmente la división de los reinos terminó por convertirlos en presa fácil para los egipcios del sur y los asirios del nordeste. Primero fueron los asirios. Bajaron con sus ejércitos y pusieron sitio a Samaría. Los israelitas se negaron a rendirse, pero finalmente, luego de resistir tres años, la ciudad cayó en el año 722. La población fue esclavizada y llevada a Asiria para desaparecer de la historia. Estas son las diez tribus perdidas de Israel. Aún quedaba en pie Jerusalén, pero como hemos narrado , ambas potencias, Egipto y Asiria, reclamaban su hegemonía sobre el cordón sirio-palestino. Aun así, Judá siguió existiendo por cien años más.


Mientras tanto, una nueva potencia surgía en el nordeste: Babilonia. En el año 586 a.C. después de diez años de guerra entre Judá y el Imperio Babilónico, el ejército de Nabucodonosor conquistó Jerusalén. Luego de la caída, el general Nebuzaradán, hizo arrasar la ciudad y saquear y destruir el Templo de Salomón. Aun derrotados, los judíos trataron de reagruparse y volver a controlar la ciudad. Enterado de la revuelta, Nabucodonosor volvió a bajar, los sublevados fueron asesinados y la ciudad convertida en escombros. Del Templo de Salomón apenas quedaron los cimientos. Nada se sabe, desde entonces, del Arca de la Alianza.


Los vientos cambiaron una vez más en la Mesopotamia y el poderío babilónico fue aplastado por Ciro el Aqueménide en el año 539 a.C.: Comenzaba la era del Imperio Persa. Los judíos que habían sobrevivido al exilio impuesto por los babilonios pudieron regresar; incluso el propio Ciro les devolvió miles de objetos y utensilios del antiguo Templo que habían sido llevados a Babilonia por Nabucodonosor. Vueltos a Jerusalén, los judíos levantaron, sobre la ruinas del Templo de Salomón, el Segundo Templo:


[…] No se ha podido poner completamente en claro cuál fue la actitud de los exiliados puestos en libertad, a su llegada a Palestina. Parece ser que ante las considerables dificultades halladas, al principio se limitaron a reconstruir con el objeto de poder ofrecer sacrificios a Yaveh. Podemos suponer también que empezaron a desescombrar y poner un poco de orden en aquel caos de ruinas.[…] transcurridos dieciocho años se pusieron a trabajar para reconstruir el Templo…[23]


Muy poco es lo que sabemos de este Segundo Templo. La mayoría de los arqueólogos creen que se siguió la pauta del primero: grandes bloques de piedra y vigas de madera para sujeción de los muros. Pero también coinciden en que lejos estaba de la magnificencia del primero, sumado al hecho de que en el Santa Sanctorum ya no estaba el Arca de la Alianza.

La suerte de este segundo templo no fue mejor que la del primero. Sufrió el pillaje en 168 a.C. cuando el invasor seléucida Antíoco Epifanes, conquistó Jerusalén. Entró al Templo, se robó el candelabro de siete brazos –la Menoráh, uno de los objetos más sagrados del judaísmo– y consagró un templo pagano en el recinto sagrado. Tres años después, una insurrección logró recuperar Jerusalén y el Segundo Templo fue purificado.



Durante los siguientes cien años sus murallas fueron reforzadas hasta convertir al templo en una verdadera ciudadela. Finalmente, después de tres meses de asedio, en 63 a.C. los romanos entraron en Jerusalén. El propio Pompeyo entró hasta el Sancta Sanctorum, pero siguiendo la costumbre romana de ser respetuoso con la religión de los vencidos, se cuidó de no tocar nada. Nadie hubiera podido suponer entonces –dice Parrot– que el fin del Segundo Templo estaba tan próximo, y que un rey iba a dar su nombre a una grandiosa reconstrucción, mucho más inspirada por la ambición que por un sentimiento religioso. Llegaba la era de Herodes “El Grande”.


Quien haya tenido la oportunidad de viajar por el Israel moderno puede mensurar la magnitud de las obras llevadas a cabo por este rey de origen idumeo que reinó sobre Judea, Samaría e Idumea en calidad de vasallo de Roma. Desde el puerto de Cesarea en la costa Mediterráneo, que se convertiría en un nudo comercial de Medio Oriente, hasta su palacio en Masada y el imponente palacio-fortaleza de Herodión, todas sus obras lo consagran como el constructor más grande que haya tenido el Oriente Mediterráneo. Sin embargo, su obra más gigantesca y significativa fue el Templo construido sobre la demolición del Segundo Templo, con una dimensión que, al menos, lo duplicaba. Fue conocido como el “Templo de Herodes”. Para lograr ese tamaño colosal debió rebajar ampliamente la colina y desbastar la roca por el lado de Bezetha, a la vez que ganar terreno por el lado sur. Actualmente, las excavaciones debajo del templo alcanzan decenas de metros y una gran parte puede ser visitada. Aun así, ha sido imposible llegar a los cimientos del primer templo, el Templo de Salomón, por razones que explicaremos más adelante.


Entre 1867 y 1870, el arqueólogo británico Sir Charles Warren (1840-1927) realizó grandes descubrimientos en el Monte del Templo, especialmente un pozo de agua, conocido ahora como Pozo de Warren y una serie de túneles subterráneos debajo de las murallas. Pudo establecer, por ejemplo, que desde la roca donde se apoyaban los cimientos hasta el nivel del patio interior del Templo de Herodes había 47 metros y aunque en el ángulo sudoeste la profundidad alcanza solo 30 metros, existían todavía 25 hiladas de bloques de piedra, 14 de los cuales son visibles desde el exterior y conforman lo que hoy conocemos como el “Muro de los Lamentos”. El recinto del Templo tenía un perímetro de 1380 metros y su forma era trapezoidal: 480 metros en el Oeste y 300 en el Norte. Había ocho puertas de entrada: dos al Sur, cuatro al Oeste, una al Norte y una al Este.


Para comprender la magnitud de los misterios que encierra esta obra cabe destacar que en su base, a decenas de metros debajo de la superficie actual, se ha hallado la piedra de una sola pieza más grande jamás cortada por el hombre. Se desconoce de dónde fue traída y cómo fue transportada. A esta altura el lector comprenderá por qué se han tejido tantas conjeturas acerca de las excavaciones llevadas a cabo por los templarios durante el tiempo que tuvieron su cuartel general en el Monte del Templo. Pero aun la historia no termina.


Como sabemos, los romanos lo incendiaron durante la represión a la sublevación de los zelotes en el año 70. Más tarde, en 132, como consecuencia de la segunda sublevación de los judíos, Jerusalén fue pasada a degüello y su Templo definitivamente destruido. El escarmiento fue feroz: sobre las ruinas del Templo se emplazaron, frente a frente, las estatuas de Adriano, el vencedor, y su dios, Júpiter. El tiempo lo cubrió de abandono, hasta convertirlo en una montaña de escombros acumulados sobre la destrucción de los anteriores. Como testimonio queda el escrito de un peregrino de Burdeos que visitó Jerusalén en el año 333. Cuenta que le señalaron apenas un montón de rocas abandonadas a donde los judíos acudían cada año para hacer la unción, lamentándose y rasgándose las vestiduras.


3.- El Templo de Salomón en la figuración medieval


El Templo de Salomón tomó particular centralidad en el Occidente cristiano durante la Edad Media como consecuencia del proceso de conversión de los símbolos judíos como prefiguración de la nueva religión cristiana. Este trabajo llevado a cabo por los exegetas incluye un tratado escrito por Beda el Venerable, De Templo Salomonis Liber –al que me he referido detalladamente en dos de mis libros– en el que el monje inglés desarrolla un conjunto de alegorías en torno a la construcción del Templo que luego serán adoptadas por las corporaciones de constructores de la Edad Media. Lo que interesa destacar en este punto es que la interpretación simbólica que hace Beda respecto del Templo de Salomón, fue ampliamente difundida en el ámbito cluniacense otorgándole a aquel edificio –y a todo su contenido, incluida el Arca de la Alianza, la Menoráh y los demás elementos de culto­– un lugar preponderante en la sacralidad cristiana.


El filólogo Erich Auerbach coloca la interpretación figural en la base del mito de Occidente. El modo de concebir figuralmente el acontecer histórico se desarrolló profundamente durante la Edad Media e incluso en épocas posteriores. Desde los Padres de la Iglesia hasta los exegetas de la Alta Edad Media se recurrirá al Antiguo Testamento como cantera inagotable de la expresión figural del cristianismo. Auerbach afirma que quienes siguieron polemizando después en torno al Antiguo Testamento –se trataba de decidir si había que mantenerlo vivo en la tradición cristiana o simplemente eliminarlo de ella– se ocuparon de que sus concepciones y sus interpretaciones no fueran relegadas al olvido sino que, por el contrario, formaran parte de la gran fuerza de convicción que tiene el cristianismo. Para Auerbach el Antiguo Testamento se transformó a través de la interpretación figural, porque


…pasó de ser un libro de ley y una historia del pueblo de Israel a consistir un conjunto de figuras de Cristo y de la Redención, como la que encontraremos más tarde en la procesión de profetas del teatro medieval o en las representaciones plásticas de la misma época en la Europa occidental y central. De esta forma y bajo estas circunstancias –continúa Auerbach- la historia nacional y el carácter étnico del pueblo judío desaparecieron del Antiguo Testamento, y así se abrió la posibilidad de que pudiera ser recibido por los pueblos célticos y germánicos; se constituía pues, en una parte importante de la religión redentora y en una pieza necesaria para la tan grandiosa como unitaria visión de la historia universal que se trasmitía simultáneamente con esta religión. [24]


En este contexto, el control de la mezquita Al Aksa y de la Cúpula de la Roca, enclavados en la cima del Monte Moriah, coloca a la Orden del Temple en el mismísimo Umbiculus Mundi, pues en la cosmovisión medieval el Templo de Salomón descripto en el Antiguo Testamento simboliza la Iglesia misma de Cristo. Dice Beda:


La casa de Dios que construyó el rey Salomón en Jerusalén como prefiguración de la santa Iglesia Universal, que día a día es construida por el primero hasta por el último de los elegidos que ha de nacer al término de este mundo, por la gracia del rey amante de la paz, y ciertamente, de su redentor. Esta Iglesia, en parte, es mantenida por él en la tierra hasta este momento, en parte, como ha podido librarse de los pesares de esta permanencia, reina él con ella en los cielos, en los que, cuando concluya el juicio final, toda ella reinará con él.[25]


La idea de que el Arca de la Alianza aún se encuentra en Jerusalén no es nueva y tiene defensores feroces. Uno de ellos es The Temple Institut, una organización judía con sede en Israel cuyo objetivo principal es la reconstrucción del Tercer Templo en el mismo lugar en el que había sido construido el Templo de Salomón, es decir en el Monte Moriáh. Por supuesto esto resulta controvertido porque para ello habría que demoler primero el Domo de la Roca y la mezquita Al-Aksa. El rabino Chaim Richman, quien fuera director del Instituto, afirma que el Arca de la Alianza fue escondida en túneles subterráneos cavados en la roca, antes de la invasión babilónica. Entre otras razones basa su afirmación en el hecho de que el Arca de la Alianza no es mencionada en el Antiguo Testamento entre los elementos saqueados por los babilonios. En una entrevista realizada por Simons Jake Wallis para The Telegraph, Richman afirmó que “Los judíos tienen una cadena ininterrumpida de información registrada, transmitida de generación en generación, lo que indica su ubicación exacta. […] Hace miles de años que sabemos dónde está. Podría alcanzarse si excavamos el Monte del Templo, pero esa área está controlada por musulmanes”.[26]


¿Es posible que esto sea cierto? Las obras llevadas a cabo por Salomón, tanto en Jerusalén como en otros puntos del reino, en su mayoría realizadas por los arquitectos fenicios de Tiro, hacen perfectamente posible pensar en túneles construidos con ese fin debajo del Monte Moriáh. Aún más imponente fue la reforma del Segundo Templo llevada a cabo por Herodes el Grande, sin dudas -como ya queda dicho- el más importante constructor en la historia del cercano oriente Antiguo. No es ningún secreto que muchos investigadores han buscado y aun buscan El Arca de la Alianza en Jerusalén. En todo caso, el posible descubrimiento de documentos hebreos por parte de los primeros templarios parece una hipótesis más probable, a la vez que explicaría por qué el abad Esteban Harding y el propio san Bernardo hicieran tantos esfuerzos por reunir a hebraístas que pudiesen traducir esa lengua, incluido un rabino reclutado para tal fin en Flandes. Sin embargo, aunque así fuera, esto tampoco sería un hecho novedoso en el contexto monástico, dado que el mismo Beda y otros notables exegetas benedictinos, como Rabano Mauro, recurrieron en su momento a sabios judíos para que los ayudasen con la traducción de textos hebreos, o ellos mismos optaron por aprender la lengua de los patriarcas. A propósito de esta cuestión sigue siendo fundamental la obra de Louis Newman, Jewish Influence on Christian Reform Movements, a la que remito al lector estudioso.[27]


No existe ninguna prueba de que los templarios hubieran podido acceder a las profundidades del Monte del Templo y hallar allí algún elemento misterioso. Hace unos años, en 2014, tuve la posibilidad de descender a los túneles, debajo de la empalizada del Muro Occidental (llamado “De las Lamentaciones”) en los que actualmente se llevan a cabo las excavaciones por parte del Estado de Israel, circunstancia que me permitió observar in situ los diferentes niveles de dichas obras subterráneas que, entre otros descubrimientos asombrosos, han puesto a la luz una piedra basal perteneciente al Templo de Herodes, que está considerada como la pieza de roca más grande cortada por el hombre, incluyendo las usadas en las obras del antiguo Egipto. Es difícil de creer que los templarios dispusiesen de una tecnología que les permitiera llevar a buen puerto la proeza de llegar a las entrañas del Monte del Templo. Pero no habría que negar de plano esa posibilidad a la luz de las construcciones monumentales y las obras de ingeniería llevadas a cabo por los arquitectos en Levante, principalmente por los grandes arquitectos e ingenieros fenicios.


A nadie puede escapar, entonces, que el emplazamiento de la Orden constituye su mayor poder simbólico. Pero aun hoy, en pleno siglo XXI, la arqueología bíblica se encuentra dividida entre quienes creen que el texto veterotestamentario puede ser tomado como una fuente histórica (la llamada escuela maximalista) y quienes sostienen que el Reino Unido de David y Salomón jamás existieron y que el primer Templo, el de Salomón, fue parte de la construcción religiosa del judaísmo del Segundo Templo, luego del exilio en Babilonia (la escuela minimalista) y que por tanto nunca existió. No se trata aquí de meras especulaciones sino del actual debate académico. Entre los que niegan la existencia histórica de David y Salomón y el Primer Templo. Sugiero leer al respecto el trabajo de Israel Finkelstein y Neil Silberman.[28]


Mientras tanto, sin posibilidad de establecer fehacientemente que los primeros templarios hubiesen encontrado algo en la explanada de las mezquitas, seguirán las especulaciones respecto a esa etapa poco conocida del temple. En nuestro caso, creemos que la historia de la Orden del Temple, despojada de todo mito, y sin necesidad de teorías esotéricas y misteriosas, sigue siendo fascinante.

[1] Contenau, Georges, Antiguas Civilizaciones del Asia Anterior, EUDEBA, 1984. [2] El término “Palestina” tiene su origen en el pueblo filisteo, que se asentó en la zona en el siglo XII a.C., y al que los judíos aludían como "P'lishtim", los acadios "Palastu" y los egipcios "Palusata". Los romanos llamaron a esta provincia con el nombre de “Palaestina”, el cual tomaron del griego Παλαιστίνη (Palaistine = Tierra de los Filisteos). [3] La actual Ashkelon, situada a 56 km. Al sur de Tel Aviv [4] Existe cierto consenso respecto de que David vivió entre los años 1040 y 966 a. C., reinó en Judá entre el 1010 y 1006 a. C. y sobre el reino unido de Israel –es decir las Doce Tribus”– entre el año 1006 y el 966 a. C. [5] Chávez, Moisés, "Enfoque Arqueológico del Mundo de la Biblia", (Miami, EE. UU. Ed. Caribe, 1976) p. 86-89. [6] Gn. 14 18-20 [7] 1 Cr. 21:18-26 [8] Parrot, André, El Templo de Jerusalén (Cuadernos de Arqueología Bíblica, Vol. 5; Barcelona, Ediciones Garriga, 1962) p. 10 y agrega. "...no puede descartarse la posibilidad de que esta roca hubiese sido, en sus orígenes, un lugar de sacrificio de algún culto jebuseo, pero no se tiene prueba alguna de ello”. [9] Quiryat Yeiram fue una ciudad principal de los gabaonitas. Estuvo situada 15 km al oeste de Jerusalén, en el camino hacia Jaffa, cerca de la aldea moderna de Abu-Ghosh. [10] Hijo del rey Abibbal de Tiro. También se lo encuentra como "Hirom o "Jiram", cuya traducción es "hidalgo" o también "elevado es el Padre" Ver: Ruiz, Luis Alberto; "Diccionario de la Biblia", (Buenos Aires, Ed. Mundi, 1963) Tomo II, p. 193. [11] Dice la Biblia: “También Hiram rey de Tiro envió embajadores a David, y madera de Cedro, y carpinteros, y canteros para los muros, los cuales edificaron la casa de David”. 2 Sam. 5:11. [12] Herm, Gerhard, "Los fenicios, el Imperio de la púrpura en la antigüedad" (Barcelona, Ediciones Destino, 1973) p. 96. [13] 2 Sam. 7:6 [14] 1 Cr. 22:8 [15] Parrot, André, Ob. cit. p. 10 [16] Chávez, Moisés, Ob. cit. p. 93 [17] Herm, Gerhard, Ob. cit. [18] Parrot, André, Ob.cit. P. 14 [19] Kenyon, Kathleen M. Arqueología de Tierra Santa, Ediciones Garriga S.A. 1963, p. 312 [20] Albright William F. Albright, The Archaeology of Palestine, Penguin Books Ltd, 1960 [21] Es interesante señalar que, gracias a las técnicas metalúrgicas desarrolladas por Salomón, especialmente los altos hornos de acero establecidos en Eilat, el reino de Judea era un gran productor de carros de guerra, cuya venta a potencias extranjeras constituyó una importante fuente de ingresos a su economía. [22] Eban, Abba, Legado. La civilización y los judíos, Sheva Publicaciones, 1987 [23] Parrot, André, Ob. Cit. pp. 53-59 [24] Auerbach, Erich; Figura, Mínima Trotta, Madrid, 1998 pp. 97-98 [25] De Templo Salomonis Liber, PL TOMUS XCI Capítulo I. El texto completo en español puede verse en Callaey, Eduardo R. De templo Salomonis Liber y otros textos de masonería medieval, Ediciones del Arte Real, Oviedo (Edición revisada) 2016. [26] Simons, Jake Wallis (12 de septiembre de 2013). The rabbi, the lost ark and the future of Temple Mount, The Telegraph. Consultado en julio de 2020: https://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/10287615/The-rabbi-the-lost-ark-and-the-future-of-Temple-Mount.html [27] Newman, Louis Israel, Jewish influence on Christian reform movements New York, Columbia University Oriental Studies Vol. XXIII, 1966 p. 24 y ss. [28] Finkelstein, Israel; Silberman, Neil, La Biblia Desenterrada 3° Edición, Siglo XXI, España 2011

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