Jessie Weston y los orígenes del Grial
- Eduardo R. Callaey
- 24 oct
- 21 Min. de lectura
Un ensayo de Federico Barea y Maximiliano Storck, a propósito de su traducción de From Ritual to Romance.

Me pareció muy oportuno publicar este estudio preliminar de Del ritual a la novela Los orígenes ocultos del Grial —título con el que Editorial Kier presenta la traducción de From Ritual to Romance de Jessie L. Weston— por considerar que su lectura ilumina un momento clave en la historia de las ideas: el encuentro entre la filología comparada, el simbolismo mítico y la antropología de los ritos.
El ensayo de Barea y Stork —traductores de la obra— revela, con rigor y sensibilidad, la trama intelectual que une a Weston con James George Frazer, autor de La rama dorada, y con el grupo de los Cambridge Ritualists. Allí donde Frazer rastrea los ciclos del dios vegetal y sus rituales de muerte y resurrección, Weston reconoce el mismo patrón en las novelas del Grial. Su tesis —que la materia artúrica conserva el eco de antiguos ritos de fertilidad— convierte al mito en documento antropológico y a la literatura en un espejo de lo sagrado.
Por su precisión filológica, su amplitud comparativa y su audacia teórica, este comentario merece ser leído no solo como una introducción erudita, sino como un ensayo independiente, en el que confluyen el pensamiento de Frazer, la intuición poética de T. S. Eliot y la temprana reivindicación de una mujer que supo pensar la Edad Media desde los márgenes de la academia.
Publicar este texto es, por tanto, un acto de reconocimiento: hacia Weston, hacia la genealogía intelectual que comparte con Frazer, y hacia todos los lectores que aún buscan en el Grial no un objeto legendario, sino un símbolo vivo de transformación espiritual.
Eduardo R. Callaey
Los trabajos y los días de Jessie Weston
Por Federico Barea y Maximiliano Storck
En los cien años que han transcurrido desde su primera edición, From Ritual to Romance ha sido traducido a diversos idiomas y ha tenido muy diversas recepciones, pero la crítica no ha investigado sobre la vida de su autora, a excepción del valioso trabajo de Janet Grayson “In quest of Jessie Weston”[1] y del estudio de Angela Jane Weisl “By her works shall ye know her: the quest for Jessie L. Weston (1850-1928)”.[2]
Weston fue una estudiosa peculiar para su época. No se casó. Privilegió su deseo de ser independiente y de dedicarse a sus pasiones: el folklore y los estudios artúricos. Mantuvo una vida social sumamente activa. La presencia de Gaston Paris, su mentor, así como la de Alfred Nutt, de adulta, son menciones repetidas en sus notas. Su pasión por la novela medieval se mantuvo firme toda su vida, así como su curiosidad intelectual sobre el psiquismo, materia en la que investigó con dedicación hasta el final y que despertó, en repetidas oportunidades, versiones sobre su vinculación con actividades de grupos ocultistas.
Como se podrá apreciar en este libro, Weston se deleita tanto en ofrecer abiertamente sus fuentes como en criticar o brindarle su apoyo a cuanto autor o teoría le haya despertado curiosidad. Desde 1897, año en que publica su Celtic origins on Arthurian romance, fue asidua concurrente a la Folklore Society. Además, colaboró para la apertura, en 1904, del Liceo de Mujeres. Weston comienza como traductora de novelas europeas medievales, a fines del siglo XIX. Son épocas de fervor wagneriano. Weston, gran admiradora suya, escribió The legends of the Wagner drama. Las interpretaciones de Weston llevan la marca de la escuela romántica: al igual que Wagner, creía en el reino de Ur, donde reside el origen de las culturas india, budista e hinduista, y cristiana. Se dio en ese entonces un renacimiento de las leyendas medievales que revivió el interés por estos temas de autores tales como Ezra Pound, T. S. Eliot, Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé, Oscar Wilde, W. B. Yeats, A. C. Swinburne y Paul Verlaine, por citar los más famosos.
Paulatinamente, Weston comienza a perfilar la tesis de que la investigación sobre los orígenes del complejo narrativo del Grial permite, según la evidencia que encuentra, tres principales aproximaciones: la interpretación celta, la cristiana y la ritualista. Inclinándose por esta última, Weston escribió veinte libros sobre la novela artúrica y más de una docena de artículos. A su muerte dejó inconcluso un estudio revelador sobre el Perlesvaus, y más de una docena de entradas relativas a la novela artúrica en la onceava edición de la Enciclopedia Británica.
Janet Grayson, su biógrafa, especula con que el inicio de la carrera literaria de Weston puede rastrearse en un episodio que tuvo lugar en Bayreuth cerca del final del siglo XIX. Weston, acompañada de su amigo A. Nutt, el célebre folklorista, asiste a una representación del Parsifal de Wagner. Nutt, luego de mantenerse en silencio –mientras escuchaba a la joven Weston lamentarse debido a que la historia de Wolfram von Eschenbach, en que se basaba la obra de Wagner, no era conocida en Inglaterra–, le sugiere que sea ella la traductora del texto. Aquella traducción del Parzival (1894) se convirtió en la primera de un ciclo. Weston tradujo desde el francés antiguo, el inglés medieval, el alto alemán medio y el holandés medieval todo un ciclo de novelas artúricas: Sir Gawain and the Green Knight (1897), Tristan and Iseult (1899), The legend of Lancelot du Lac (1901), Morien: a metrical romance rendered into English prose from medieval Dutch (1901), Sir Cleges; Sir Libeaus Desconus (1902), Sir Gawain and the Grail Castle (1904), Guingamor; Lanval; Tyolet; Le Bisclaveret: four lais rendered into English prose from the French of Marie de France and others (1910), The quest of the Holy Grail (1913) y The chief Middle English poets: selected poems (1914).
Además de haber sido una de las fundadoras del Lyceum (escuela de altos estudios para mujeres), del cual fue miembro vitalicio, Weston perteneció al Halcyon Club, al Wagner Verein, a la Folklore Society y a la Quest Society. Esta última era un grupo de estudios multidisciplinario fundado en 1909 por otro traductor, G. R. S. Mead, luego de que este renunciara a su puesto como secretario de Madame Blavatsky, directora de la Sociedad Teosófica. Mead había traducido desde el griego y el egipcio textos gnósticos y herméticos. La fama ocultista de la obra de Weston se debe, en parte, a esta vinculación.
Pero los intereses de Weston por las raíces folklóricas tenían larga data. Como señalamos, se había formado con Gaston Paris y era amiga de Nutt, ambos célebres folkloristas, y era contemporánea de los llamados Cambridge Ritualists, el grupo de académicos –al que pertenecía su amiga, la señorita Jane Harrison– discípulos de Frazer, a quien ella también frecuentó y tanto admiró.
Weston llegó al gran público con la publicación de The Waste Land, en 1921, de T. S. Eliot. Janet Grayson señala que este hecho no deja de resultar paradójico. El súbito éxito del poema le permitió ganar lectores ajenos al mundo académico al mismo tiempo que despertó recelo en el mundo universitario. Gracias a la notoriedad del libro del poeta norteamericano, devenido ciudadano inglés, la fama de Weston desbordó el ámbito académico medievalista de forma irreversible. En términos de Eliot, “no solo el título sino el plan y una gran parte del simbolismo incidental de este poema me fueron sugeridos por la obra de la señorita Jessie L. Weston sobre la leyenda del Santo Grial: From Ritual to Romance (Cambridge). En verdad, le debo tanto que el libro de la señorita Weston aclarará las dificultades del poema mucho mejor que mis propias notas. Recomiendo, pues, dicha obra (que por sí es interesantísima) al que crea que valga la pena la elucidación del poema.”[3]
Weston fue galardonada con el premio Rose Mary Crawshaw (destinado a mujeres que hayan escrito piezas literarias excepcionales en lengua inglesa, sin importar su nacionalidad). La Universidad de Gales le extendió un doctorado en reconocimiento a su trabajo por develar la trascendencia del folk céltico en la conformaón de la novela medieval. Weston aceptó el título “con humildad y cierto recelo debido a la exclusividad que supone la academia, pero satisfecha por el reconocimiento que le merece haber cumplido con el trabajo”.[4]
Desde entonces, From Ritual to Romance se transformó en un libro de culto. Dentro del medievalismo, la tesis sostenida por la obra mantuvo un lugar prominente hasta los sesenta, cuando la hipótesis del origen céltico del complejo del Grial se instaló gracias al impulso de Roger Sherman Loomis. Sin embargo, From Ritual to Romance sigue editándose regularmente, lo que denota su peculiar magnetismo.
A pesar de ser una escritora independiente y de no haber formado parte de ninguna universidad, Weston se vio envuelta en diversas disputas académicas durante su vida, así como en otras tantas una vez fallecida. Sus concepciones teóricas, inteligentes y arriesgadas, le valieron numerosas críticas, frente a las que nunca dio el brazo a torcer. Respondió siempre con espíritu libre, evidenciando su dedicación a la investigación, armada con su prosa elegante y mordaz. Los estudios medievalistas actuales[5] encuentran en aquellas disputas numerosas connotaciones que exceden las líneas argumentales y que ponen en evidencia tensiones de género e incluso de nacionalidad durante aquellos años de entreguerras.
Weston trabaja en el campo fértil de los estudios folklóricos tanto como en el de la evolución de las creencias religiosas. Rastrea la supervivencia de cultos de la vegetación entre documentos antiguos, literatura medieval y fiestas populares contemporáneas. Lo hace sirviéndose de un método comparativo vinculado al pensamiento mítico-religioso, que podría remitirnos a los estudios junguianos en lo relativo a desenterrar los contenidos de la conciencia. Este vínculo entre la espiritualidad arcaica y las estructuras del inconsciente, según Jung, reactiva el significado simbólico que permite un proceso de individuación. Es durante este proceso cuando irrumpen los arquetipos que pueden modificar nuestra existencia y provocar un cambio en nuestras vidas. A tal efecto, se pueden empatar las teorías de Weston sobre el ciclo de renacimiento de los antiguos dioses primitivos con el renacimiento simbólico del adulto a partir del descubrimiento de una dimensión espiritual. Por eso no extraña que, a fines de los cincuenta, Marie Luise von Franz, por pedido de Jung, se haya dedicado a reunir, editar, corregir y ampliar el extenso trabajo inconcluso, fruto de décadas de dedicación, que dejó Emma Jung sobre el Grial. Así surgió Die Graalslegend in psychologischer Sicht, en 1960. En dicho trabajo se hace referencia a Weston en reiteradas oportunidades como una autoridad destacada en el campo de las novelas artúricas.
Dicho recorrido pone en evidencia el espectro de lecturas variadísimo que la autora maneja con soltura y creatividad. En esta inusual obra conviven el Rig-Veda, cuentos folklóricos celtas, monumentos chinos, bailes populares, el Tarot y manuscritos medievales escritos en diversas lenguas. La serena conducción de estos materiales deja, al curioso lector, cautivo de su inquietante armonía.
Y el elemento aglutinante de esta composición, que podríamos llamar siniestra por lo familiar, s el Grial.
El Grial

El Grial aparece por primera vez en Li contes del Graal (aproximadamente hacia 1170), de Chrétien de Troyes. En esta novela (o romance), Perceval, personaje principal, ve pasar el Grial en una procesión de objetos mientras permanece sentado junto a su anfitrión, el moribundo Rey Pescador. Este objeto sobrenatural concentra la atención de Perceval, que, por no interrumpir la escena milagrosa, se abstiene de realizar una pregunta sobre la naturaleza de lo que observa. Este gesto, es decir, mantenerse en silencio frente al objeto numinoso, desata la calamidad. El Rey muere y su reino se vuelve una tierra yerma, una Tierra Baldía, una Waste Land. Desde entonces Perceval se dedica a intentar restablecer ese equilibrio perdido, a través de su búsqueda del Grial. Pero esta búsqueda o tarea queda en suspenso. Como sabemos, Chrétien de Troyes murió dejando inconclusa la novela. Esa cadencia interrumpida da inicio a lo que el especialista en literatura medieval Robert Barber llamó, no sin ironía, el Macguffin más importante de la historia de la literatura. Desde entonces y hasta la actualidad, artistas de diferentes tradiciones retomaron esa trama inconclusa. (The Grail legend in modern literature, de John B. Marino, brinda un pormenorizado muestrario de este legado de ocho siglos.)
Gracias a los manuscritos antiguos y las copias que han sobrevivido hasta el presente, puede decirse que la pregnancia del motivo del Grial fue inmediata. El trabajo filológico de los especialistas permite fechar una serie de manuscritos que continúan, reescriben o reelaboran profusamente aquella novela de Chrétien de Troyes durante los siguientes sesenta años que siguieron a la fecha de su composición.
Datada aproximadamente veinte años después de Li contes del Graal, en el año 1190, aparece Joseph D’Arimathie, del escritor Robert de Boron. Reaparece aquí el motivo del Grial. Pero con una salvedad: en esta obra el Grial es considerado como la copa utilizada por Cristo en la última cena. José de Arimatea, además, utiliza la copa para recibir la sangre que mana de la herida de Cristo crucificado, ocasionada por la lanza de Longino. Luego, José dará misa con esa misma copa.
Décadas después comienza a aparecer una serie de textos anónimos que retoman el periplo de José de Arimatea y del Grial. Suelen agruparse en un ciclo denominado Vulgata y fecharse entre los años 1210 y 1235. Según este corpus, el Grial es transportado por José de Arimatea hasta las islas británicas y escondido en un castillo secreto en donde resulta custodiado por su guardián, que es tanto el rey del castillo como su sacerdote. Este rey ha sido herido misteriosamente y las tierras asociadas al castillo se han vuelto infértiles. Nuevamente, una Waste Land.
El ciclo de novelas medievales vinculadas al Grial se cierra doscientos años después con La morte d’Arthur, de Thomas Mallory, de 1469.
Durante siglos la narrativa del Grial parece haber reposado en un relativo olvido. Si bien, con el correr de los siglos, se realizaron sucesivas reediciones privadas de diferentes textos del corpus, los especialistas acuerdan en señalar que se trató de descuidadas traducciones, al menos hasta la edición de 1833 de Karl Lachmann del Parzival de Eschenbach. Y será esta edición la que utilizará Wagner como fuente de inspiración de su propia obra. Y, como sabemos, a partir de una representación de aquella obra, Weston sintió el impulso de traducir al inglés dicha novela medieval, la primera de una larga serie.
Los Rituales de la Fertilidad o de la Vegetación
Como dijimos, Weston conduce su estudio hasta los tiempos pretéritos de los Rituales de la Fertilidad como posible fuente de la remota novela medieval gracias a la obra descomunal de Frazer, The golden bough (y, entre varias otras, a la de Mannhardt, Wald und Feld-Kulte). Es importante destacar que lo que media entre estos extremos, es decir, desde aquellos rituales hasta las novelas medievales (o romances), son las mitologías. La escuela ritualista entiende por mito una condensación de lo que podríamos denominar guiones de rituales primitivos. En aquellos rituales se asesinaba y reemplazaba anualmente al rey, quien encarnaba el Espíritu de la Vegetación.
Frazer planteó, en una célebre conceptualización que espejó, entre otros, Freud –quien en sus ensayos antropológicos sostuvo que la ontogénesis imita la filogénesis–, que la evolución del desarrollo humano se divide en tres etapas.
La primera etapa del desarrollo consiste en una etapa mágica. En esta etapa se descubre que existen ciertos eventos físicos causados por el comportamiento impersonal de unas fuerzas mecánicas. Una vez descubiertas estas fuerzas, la magia se dedica a establecer técnicas y rituales para controlarlas.
En la siguiente etapa del desarrollo, las fuerzas físicas son consideradas como deidades. Estas deidades ya no son impersonales: al contrario, tienen personalidad, han dejado de ser fuerzas mecánicas. Aquí se observa un evidente desplazamiento. La nueva percepción deriva en la constitución de una religión. Este avance, sin embargo, supone como pérdida la posibilidad de controlar las fuerzas, ya que dichas deidades manifiestan tendencias propias. El ruego se convierte en el vehículo a través del cual se pueden solicitar favores a las fuerzas divinas. La religión desarrolla entonces sus propios rituales y mitos. Los mitos condensan información biográfica sobre los diversos dioses, que resulta vital para el correcto establecimiento de los rituales mediante los cuales se quiere convocarlos.
A la etapa religiosa seguirá el paulatino desarrollo que devendrá en el método científico. Esto implica otro corrimiento que, paradójicamente, comparte rasgos de una etapa anterior: al igual que la magia, la ciencia se dedica a investigar fuerzas consideradas como impersonales, así como los medios para controlar o aprovechar sus dinámicas. De hecho, incluso, si concebimos el método científico como un ritual, podríamos considerar que, al igual que la magia, también lo tiene. Sin embargo, en esta tercera etapa de la evolución o desarrollo de la conciencia, desaparece la idea del dios y, por ende, la necesidad de la mitología.
Esta división tripartita, sin embargo, a pesar de su dinámica aparentemente teleológica, está marcada por una dubitación interna. A medida que acumula episodios etnológicos en su voluminosa obra, Frazer desanda su pensamiento y considera que, entre las etapas segunda y tercera, es decir, entre la religión y la ciencia, regresa, inesperadamente, la magia (¿el retorno de lo reprimido?). De hecho, Frazer utiliza este nivel intermedio para subtitular su famosa obra: Magia y religión. Reunidas, las disciplinas contienen en su poder un catálogo de mitos, es decir, de biografías de fuerzas divinas, a las cuales se puede, mediante rituales específicos, no solo convocar, sino también ayudar, realizando actos que resuenen con sus deseos. Ahora, el mito, como guion de un ritual, y el ritual mismo se confunden, integrándose en un mismo happening: el ritual mágico.
Los rituales mágicos escenifican, por excelencia, la muerte y resurrección del dios de la vegetación. Esta instancia de la evolución de la conciencia parece decir que ya no se trata únicamente de que el hombre depende de la vegetación para sobrevivir, sino también de que la vegetación depende, a su vez, del hombre, de su ayuda íntima, de su atención, para revivir, voluptuosamente, cada año.
La obra de Frazer consiste en el desarrollo progresivo de lo que podríamos llamar una lectura doble. Por una parte, mito a mito, Frazer reconstruye la biografía tentativa del dios de la vegetación. Pero, a su vez, el trabajo minucioso permite la comprobación de la tesis consiguiente: el periplo del héroe mítico (Adonis suele ser el ejemplo característico) corresponde, punto por punto, al arco biográfico del dios.
Frazer considera que existe un saber que permite articular ambos planos: la magia ritual. Arriba así a la descripción de las dos leyes de la magia. La primera: imitar lo que se desea ya es producirlo. Frazer realiza el siguiente razonamiento: si el héroe mítico se convierte en el dios de la vegetación, la persona que en vida encarna a ese dios es ni más ni menos que el Rey. Su vida social se encuentra indisolublemente atada a la vida del reino, es decir, a su vida natural o vegetal. En esta participación, la potencia de su vida se expresa también en la abundancia de las cosechas y la multiplicación del ganado. Y es justamente esta simpatía o participación la razón por la cual se teme el deterioro de su salud. Por eso, las comunidades primitivas asesinaban a sus reyes cuando eran aún jóvenes y vigorosos para reemplazarlos por otros de potencia igual. Ese sacrificio les aseguraba que su espíritu emigraría al siguiente Rey, manteniendo la chispa y el vigor de la juventud, antes de ser contaminado por las debilidades y enfermedades de la vejez. Frazer sostiene que esta creencia fundó la práctica ritual anual del asesinato y renacimiento del Rey (entendido como el Espíritu de la Vegetación).
La muerte por vejez del Rey significa, para los primitivos, que el Espíritu de la Vegetación decidió abandonar el cuerpo regio (y, por ende, el reino), lo cual implica tanto que no desea mantenerse en este plano concreto como que, incluso, pudo haber sido retenido por un brujo. La interrupción del vínculo entre los adoradores y su deidad se traduce en la inmediata pérdida de fertilidad del reino. Frazer considera que el asesinato ritual y el reemplazo del Rey es una determinación que se adoptó para minimizar ese riesgo.
Entonces, este acto por el cual se ritualiza la muerte y resurrección de la deidad (en este caso, reemplazo) responde a esa primera ley enunciada. La puesta en acto del deseo de vivir en una tierra productiva se cumple a través del reemplazo anual de un Rey siempre joven y viril. Pero en este ciclo mágico, en este ritual, Frazer ve, además del acto volitivo mimético, otro rasgo que caracteriza otro aspecto del procedimiento mágico. Establece así su segunda ley de la magia: tener posesión de una parte del otro implica tenerlo todo.
Sacrificar al Rey vigoroso y reemplazarlo por otro igual, implica garantizar ciclos consecutivos de un dios voluptuoso. Sin embargo, no resulta tan sencillo apreciar, en este cruento sacrificio ritual, la puesta en escena de un mito. Weston, como frazeriana, operará comparativamente y con la misma minuciosidad. Sus evidencias serán los cultos de la naturaleza procedentes de las costumbres campesinas contemporáneas, tanto como de pueblos primitivos.
Según Weston, estos cultos le han brindado a la literatura del Grial la base a partir de la cual se han desarrollado. Una vez volcada en literatura, sin embargo, el ciclo se independiza, desvinculándose paulatinamente de su sustrato ritual.

El Bosque Sagrado. Grabado para Norma, ópera de Vincenzo Bellini, s. XIX.
Del Ritual a la Novela
El tema principal del presente ensayo es el Grial. Después de cuarenta años dedicados a la traducción de novelas medievales, Weston se enfrenta al Grial con un espíritu forense, como quien se encuentra menos ante un misterio que ante un problema susceptible de ser resuelto. Weston comienza considerando las interpretaciones estándar sobre su origen: celta según unos; cristiano para otros. A continuación, presenta otra clave, no tenida en cuenta hasta entonces y cuya solidez, cree, necesita ser puesta a prueba. Los trabajos de Frazer (The golden bough) y de Ridgeway (Dramas and dramatic dances) presentan la evidencia de otra procedencia posible: los Rituales de la Fertilidad.
Pero para llegar hasta tan lejano punto de referencia hará falta dar un rodeo. Por ello Weston presenta las características del complejo del Grial. El Grial aparece por primera vez en las novelas medievales del ciclo artúrico. Además, Weston considera que, para aclarar la naturaleza brumosa de este objeto sagrado, resulta esencial determinar en qué consiste la tarea o trabajo (quest) que los Caballeros tienen que llevar adelante. Weston concluye que estas tareas (la curación del Rey Pescador y la anulación del conjuro que pesa sobre la Tierra Baldía (Waste Land) son episodios narrativos interdependientes. Luego analiza el carácter del mal que aqueja al Rey y la importancia del motivo de la Tierra Baldía (Waste Land).
Luego, Weston compara el motivo de la tierra desolada con un episodio procedente de la tradición indoiraní del Rig-Veda. Considera que la hazaña por medio de la cual Indra logra “liberar las aguas” es análoga a la de los héroes de las novelas del Grial. Este paralelo con la tarea de Perceval le permite pensar que los héroes de las novelas del Grial no son invenciones literarias, sino motivos procedentes de la tradición (indoiraní). Con este movimiento, Weston ubica las leyendas del Grial en el estadio mágico-religioso propuesto por Frazer.
Weston considera, sin embargo, que el fragmento que extrae del Rig-Veda captura una instancia avanzada del culto de la fertilidad. Weston piensa que, en cambio, el culto griego permite apreciar un estadio intermedio del fenómeno. Describe así el Einautos Daimon y, a continuación, a Tamuz, la representación más antigua que se tiene del dios-que-está-muriendo. Pero, como los misterios de Tamuz no legaron representaciones artísticas, Weston analiza diversos elementos del mito de Adonis (la versión grecofenicia de aquel otro ritual): la herida sexual que conduce a Adonis a la muerte; los días en que se celebra el ritual; los paralelos que encuentra con el Rey muerto o el Rey inválido; las mujeres plañideras (así como las doncellas a las que se rapa). Weston plantea que el ritual de Adonis quizás no sea sino una derivación del precedente Einautos Daimon y que la herida es una lesión sexual. La fertilidad humana está atada a la fertilidad natural.
Retomando la evidencia que le aportan los estudios de Mannhardt y Frazer, Weston se encuentra en posición de establecer un linaje hipotético entre las diversas expresiones que encontraron los Rituales de la Fertilidad o de la Naturaleza. Estos Rituales de la Fertilidad le permiten ver la identificación existente entre el principio vital y el Rey. Weston encuentra un paralelo claro entre el texto medieval Sone de Nansai y el Lamento por Tamuz, que le permite descartar cualquier posible casualidad. Concluye que la Tierra Baldía (Waste Land) es el factor clave que permite pensar la identidad a pesar de la variación.
Hasta aquí resulta evidente que la hermeneusis westoniana sigue patrones frazerianos. A continuación, una cadena de evidencias la habilitan a sugerir que las novelas del Grial son vehículos que contienen en su interior el registro encriptado de un ritual secreto. A partir de comparaciones, vincula las novelas del Grial con producciones más tempranas gracias a la concomitancia de ciertos símbolos reproductivos: la Copa, la Lanza, la Espada, la Piedra o el Plato. Estos símbolos característicos le dan la posibilidad de distinguir variaciones propias del reino literario. Weston comprende que el Tarot es otro elemento de estudio vinculado al contenido simbólico mencionado y, gracias a aclaraciones de William Butler Yeats, señala que dichos elementos juegan un papel importante dentro de la magia ritual.
Weston compara los Rituales de la Fertilidad con las ceremonias conocidas como la Danza de la Espada, la Danza Morris y la Obra Mumming. Gracias a los trabajos de Von Schroeder y Jane Harrison estudia los casos particulares de bailarines procedentes de diversos cultos: los Maruts, los Curetes, los Coribantes y los Salios. Weston considera probable que esas danzas hayan tenido un origen sacrificial. Los estudios de E. K. Chambers la habilitan a tratar las piezas escénicas Mumming como representaciones de la muerte y resurrección de la deidad de la vegetación. Weston encuentra elementos que le permiten pensar que estos danzarines armados son antecesores de los Caballeros del Grial.
Luego analiza el rol del Curandero en los Rituales de la Fertilidad. Weston encuentra el motivo presente en el Rig-Veda. Los estudios de los ritualistas le permiten establecer una genealogía de dicha figura en la Antigüedad clásica. Weston piensa que Gawain y Peredur son ecos medievales. Otro motivo vinculado al Grial que Weston analiza es el del Rey Pescador. La autora considera que esta figura funciona como un tester. A través de comparaciones textuales y de un cuidadoso examen del simbolismo del Pez, establece variantes entre diversas tradiciones (budismo, judaísmo, cristianismo, cuento folklórico irlandés) remontándose, paulatinamente, hasta el hinduismo. El estudio comparativo le permite concluir que se trata de un símbolo de la fertilidad y que resulta parcialmente inexplicable tanto desde el punto de vista de la tradición cristiana como desde la corriente céltica. En cambio, resulta completamente coherente desde el punto de vista de los antiguos Rituales de la Fertilidad.
Aclarados los aspectos precedentes sobre el complejo del Grial, Weston se encuentra en condiciones de volver a pensar las características especiales de este objeto numinoso. En las novelas del Grial, hablar sobre esta cosa santa está prohibido o resulta sumamente peligroso. Weston se pregunta por qué razón coexiste esta dimensión interdicta dentro del ciclo narrativo, si este ciclo captura, según su tesis principal, elementos provenientes de rituales de carácter popular. Llega a la conclusión de que el fenómeno del Grial tiene un carácter doble. Por un lado, manifiesta una faz exotérica; por otro, una esotérica. El estudio de su aspecto esotérico o mistérico la lleva a analizar el trabajo de Cumont que analiza el pasaje de cultos mistéricos orientales a tierras de Occidente. Estudia evidencia de los Misterios de Atis, que le permiten resaltar la importancia que los cultos frigios tuvieron en Roma; cultos que, además, utilizaron los neoplatónicos para sus enseñanzas. A través de un análisis minucioso de los Misterios de Atis establece paralelos con las novelas del Grial y el plano mistérico. El documento Refutación de todas las herejías, de Hipólito, le permite a Weston estudiar los cultos gnósticos (naasenos) en el temprano cristianismo. Weston presenta el estudio de Mead sobre este documento que identifica el Logos con el Principio Vital. Este texto clave le permite a Weston, ahora sí, realizar un lazo genealógico tentativo que une, por un extremo, los Rituales de la Fertilidad primitivos con el ciclo de las novelas del Grial, por el otro.
Weston señala resonancias entre las enseñanzas esotéricas de los cultos mistéricos frigios, mitraicos y cristianos. A propósito de que estos misterios prohibían la participación de las mujeres en sus enseñanzas, Weston analiza el papel de las mujeres en las novelas del Grial. Siguiendo nuevamente a Cumont, aprecia la difusión del culto a través del Imperio romano y su llegada hasta las islas británicas. Weston considera que el texto Elucidation contiene el registro de un episodio histórico que permite vincular la historia del Grial con la saga narrativa artúrica.
Finalmente, analiza el motivo de la Capilla Peligrosa en las novelas del Grial. Weston encuentra un documento que, considera, es el registro de una iniciación. La locación descrita en ese documento coincide con la ubicación de restos arqueológicos pertenecientes a los cultos mitraicos. Weston rastrea otros elementos mistéricos en las novelas del Grial. Sostiene que el motivo del viaje novelesco a otras realidades es el vestigio de esta tradición mistérica. Esta lógica la enfrenta a la pregunta: ¿los Cruzados pudieron haber sido naasenos?
Weston culmina su ensayo estudiando la noción de autoría en las novelas del Grial.
Sobre esta traducción
Como traductores nos inspiramos en lo que consideramos que fue la ética de Weston como traductora, tratando su libro como ella a las antiguas leyendas: “no curiosos escritos, especímenes procedentes de un pasado muerto, sino muestras de lo que en realidad eran, fragmentos de una literatura viva”.[6] Nuestra intención es entregarle al lector un producto que lo invite a pensar en la actualidad de lo expresado más allá de razones académicas o sistemas de citas suficientemente validadas. En ese sentido, entre otras decisiones quizás menos polémicas y que van debidamente acompañadas por notas de traducción, decidimos traducir la palabra Romance del título por la palabra Novela. Según Carlos García Gual, la denominación roman aplicada en sentido estricto al género literario de la novela aparece por primera vez usada en francés por Chrétien de Troyes en el último tercio del siglo XII.[7] Según André Coyné, romance designaba la lengua vulgar –opuesta al latín– y señalaba la literatura vulgar, la que se dirigía al vulgo.[8] No sorprende que, a su vez, el término romance, en el Río de la Plata, remita a novela rosa, antes que a los inicios de la novela en lenguas vulgares. Con esto explicitamos una decisión sin querer distraer al lector: esta traducción tiene la intención de acercar esta obra tanto al lector curioso, al lector apasionado, al amateur o al amante como al especialista que ya conoce, que lee en lengua original.
En consonancia con lo antedicho, decidimos traducir la profusa cantidad de citas en lenguas medievales con que Weston avanza en su sinuoso camino ensayístico. Comprobamos que este trabajo no fue realizado en otras traducciones. Por alguna razón, Weston, siendo ella misma traductora, la más importante de su época, dejó estos pasajes sin traducir. Probablemente porque sus interlocutores no necesitaban estas traducciones. Aunque la reseña de esta obra, publicada el año de su primera edición, en The Quest,[9] muy elogiosa, por otra parte, se lamenta, sin embargo, justamente de este aspecto. Comprobamos que muchas de las reediciones en inglés tampoco traducen estos textos, así como tampoco la edición brasileña. En cambio, la italiana, como la que el lector tiene entre manos, tradujo cada pasaje. Posiblemente la traductora italiana tuvo acceso a la edición neoyorkina (Doubleday, 1957) que tradujo al inglés estos pasajes en verso y prosa provenientes de textos medievales, traducción a cargo de Mary M. McLaughlin. Nosotros contamos con la inestimable ayuda de Samanta Dening para el alto alemán medio, Micaela van Muylen para el holandés medieval y Nolwenn Ganavat para el francés antiguo.
[1] Grayson, Janet, “In quest of Jessie Weston”, Arthurian Literature, R. Barber (ed.), Cambridge: Boydell & Brewer, 1992, t. XI.
[2] Weisl, Angela Jane, “By her works shall ye know her: the quest for Jessie L. Weston (1850-1928)”, en J. Chance (ed). Women medievalists and the academy, Madison, Wis.: University of Wisconsin Press, 2005.
[3] Eliot, T. S., La Tierra Baldía, V. Patea (ed.), Madrid: Cátedra (col. Letras Universales), 2022, p. 287.
[4] Grayson, “In quest of Jessie Weston”, Arthurian Literature, op. cit., t. XI, p. 47.
[5] Cfr. Chance, Jane (ed.), Women medievalists and the academy, Madison, Wis.: University of Wisconsin Press, 2005.
[6] Weston, J. L. Romance, vision, and satire, xviii.
[7] García Gual, Carlos, Los orígenes de la novela, Madrid: Istmo, 1972.
[8] Coyné, André, Los románticos franceses y la novela, México: Letras Potosinas, 1963, pp. 149-150.
[9] Mead, G. R. S. (ed.), The Quest, Londres, 1920, vol. XI, nros. 1-4, pp. 423-424.




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