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Foto del escritorEduardo R. Callaey

Ricardo Corazón de León, Roberto de Sablé y los Templarios

Actualizado: 27 may



El presente artículo indaga acerca del vínculo entre el rey Ricardo I de Inglaterra y la Orden del Temple en el marco de la Tercera Cruzada, conocida también como la "Cruzada de los Reyes". Es, así mismo, un resumen histórico sobre los orígenes del Temple en las Islas Británicas y el vínculo entre Ricardo I y el almirante Roberto de Sablé, quien fue elegido como Maestre del Temple a instancias del propio rey.




1.- El Temple de Londres


La presencia de la Orden del Temple en Inglaterra se remonta a la visita que Hugo de Payen realizó en 1128 a Londres -tal como lo consigna William Giffard, obispo de Winchester-, en el marco de la gira europea del Maestre de la Orden. Dicha gira tenía como principal objetivo reclutar tropas y colectar donaciones para la nueva milicia que acababa de ser oficializada en el Concilio de Troyes. (1) Según la tradición, el propio Hugo adquirió una casa en High Holborn, en un solar que había sido sede de un templo romano en la antigua Londinium


Los primeros patrocinadores de la naciente Orden fueron miembros de las más pura aristocracia normanda: el conde Robert de Ferrers (2), Bernard de Balliol (3), el rey Esteban y la reina Matilde (4). Pero la primera concesión al Temple, de la que hay evidencia, es la confirmación de ciertos privilegios por parte del rey Enrique II, en 1154, quien además les otorgó tierras en otras partes de Inglaterra. (5)


Iglesia del Temple, Londres


El Temple creció rápidamente en suelo inglés y hacia 1160 el emplazamiento original ya no alcanzaba para administrar las estructuras establecidas en la gran isla. Fue hacia esa época que se compró el terreno para la construcción de un importante complejo monástico que serviría como sede de la Orden en el reino. Se adquirió un amplio solar en el que se construyó un monasterio y otras dependencias administrativas. Poco después se edificó, en el mismo predio, la Iglesia del Temple que aún hoy existe, famosa por su planta redonda y por las esfinges de los caballeros, esculpidas sobre sus tumbas. Para ese entonces la Orden ya tenía una estrecha relación con la Corona, prueba de ello es el rol que jugó en la corte uno de los primeros Maestres Provinciales, Richard de Hastings, que se encontraba a la cabeza de los templarios ingleses en el momento de la ascensión del rey Enrique al trono. 


Uno de los episodios que tuvo como protagonista a Hastings tiene que ver con la sensible cuestión del matrimonio de Enrique Plantagenet, “el Joven” (1155-1183) –hijo del rey Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania– con Margarita, la hija del rey de Francia con quien estaba comprometido.(6) En el tratado de paz celebrado entre los dos soberanos se estipuló que el castillo de Gisors –y otras dos fortalezas que formaban parte de la dote de la princesa–, debían ser consignados a la custodia de los templarios, para ser entregados en manos del rey Enrique después de la celebración de las nupcias. Gisors era una fortaleza estratégica, disputada por franceses e ingleses, al punto de convertirse en un emblema del conflicto que mantenían ambos monarcas. En 1160 –cuando el novio tenía apenas cinco años y la novia tres–, el rey Enrique, luego de conseguir una dispensa papal firmada por Alejandro III, dispuso que ambos infantes se casaran ante la presencia del maestre templario Richard de Hastings y de otros dos caballeros de la Orden. Inmediatamente después de concluida la ceremonia, Hastings colocó las fortalezas en manos de Enrique sin esperar a que el niño contrayente fuese mayor de edad. El rey de Francia se sintió indignado por este procedimiento que dio letra para que algunos escritores acusaran a los templarios de traición. Pero una copia del tratado, publicado por Lord Littleton, parece indicar que ni Enrique, ni los templarios, hubieran actuado con mala fe. (7)


El otro dato de interés es que Richard de Hastings fue amigo y confidente de Thomas Becket. Durante una de las disputas entre el arzobispo y el rey, Becket se retiró de la cámara del consejo arzobispal, donde estaban reunidos todos sus hermanos, y fue a consultar a Hastings acerca de las disposiciones que el rey quería imponer en contra del clero. El maestre del Temple le suplicó, sin éxito, que se adhiriera a las Constituciones de Clarendon. Finalmente, Becket se negó y –como sabemos– terminó asesinado. (8)


Hastings fue sucedido por Richard Mallebeench, y este, a su vez, por Geoffrey Fitz Stephen, (1180-1185), quien recibió a Heraclio –el Patriarca de Jerusalén–, como invitado, en la consagración de la nueva Iglesia del Temple en Londres. Heraclio estaba tan feliz que se nombró a sí mismo “Ministro de los soldados del Temple en Inglaterra". (9) En los años siguientes, al igual que ocurrió con la sede el Temple en París, con el castillo templario de Tomar (cabecera de la Orden en Portugal) y con el propio cuartel general de Jerusalén, el Temple de Londres se convirtió en la bóveda del tesoro más importante del reino. Los nobles, los obispos y los ricos burgueses de Inglaterra generalmente depositaban allí sus bienes bajo la salvaguarda y protección de los templarios. El dinero recolectado en las iglesias y capillas para el socorro de Tierra Santa también se ingresaba en el tesoro del Temple, para ser enviado luego a su destino, tal como ocurrió con el llamado “Diezmo Saladino”. Incluso, en más de una ocasión, el Tesorero fue autorizado a recibir los impuestos sobre el clero y los nobles. (10)


Durante el reinado de Juan sin Tierra (1166-1216), el adelanto o el préstamo de dinero, producto de la acumulación de los ingresos de la Orden, se había convertido en un hecho frecuente en Inglaterra, como ya lo era en Francia. El Temple de Londres fue a menudo residencia de los reyes y también de los legados pontificios que recalaban en la ciudad. Se utilizó para convocatorias del clero y como sede de varios concilios eclesiásticos en Inglaterra.  


A la muerte de Enrique II, su hijo Ricardo, “Corazón de León”, heredó la lealtad del Temple, con creces. Ricardo confirmó todas las donaciones anteriores y le concedió la exención de todos los impuestos. Aun así, sus contactos con la Orden no parecen haber sido tan estrechos como lo serían en los reinados siguientes. Cuando partió a la Cruzada –conocida como “La Cruzada de los Reyes”, entre los comandantes de su flota estaba el almirante Roberto de Sablé (1150-1193). Nadie podía imaginar entonces que, apenas dos años después, a instancias del propio rey Ricardo, de Sablé se convertiría en Gran Maestre de la Orden. Intentaremos una aproximación a este personaje.


2.- Roberto de Sablé, el Almirante


Angevino de nacimiento, Roberto de Sablé había combatido contra los moros en España y Portugal y servido al rey Enrique. Existe cierta controversia en torno al momento en que este almirante ingresó en la Orden. Algunas fuentes señalan que habría sido recibido en el Temple, en Londres, hacia 1189,  durante el mandato del Maestre Provincial William de Newenham, sucesor de Geoffrey Fitz Stephen. Sin embargo, la confrontación con otros documentos sugiere que no era templario, al menos antes de 1190. Incluso es posible que se hiciera templario al momento de asumir como máxima autoridad de la Orden. Pero antes de adentrarnos en esta cuestión es preciso analizar el contexto.


La noticia de la pérdida de Jerusalén, en 1187, causó estupor en Occidente. Los reyes, el emperador del Sacro Imperio y toda la nobleza europea sintieron un escalofrío y, por cierto, cierta vergüenza. Las advertencias acerca de que el reino podía sucumbir habían sido desoídas. Los pedidos de auxilio no habían sido respondidos con la urgencia que la hora requería. Ni siquiera la embajada enviada a Europa por Balduino VI, encabezada por el Patriarca Heraclio y los grandes maestros del Temple y del Hospital, en un intento desesperado de lograr refuerzos, había podido sacar a los monarcas de sus propias rencillas locales. Arnau de Torroja, como ya hemos visto en otro artículo, murió en el camino, mientras que Rogers des Moulins y el Patriarca regresaron con promesas, poco más que con las manos vacías. Ahora Jerusalén estaba nuevamente en manos del infiel y un manto de vergüenza cubría las cortes en Occidente.


El papa Urbano III, afligido y desgastado por sus eternas disputas con el emperador alemán, no pudo resistir las noticias del desastre de los Cuernos de Hattín, (la batalla acaecida el 4 de julio de 1187), y la posterior caída de la Ciudad Santa, (el 2 de octubre de ese mismo año). Murió apenas unos días despuéś, 20 de octubre. Inmediatamente fue elegido su sucesor, Gregorio VIII, quien declaró que Jerusalén había sido perdida por castigo divino y que, sin demora, había que poner en marcha la Tercera Cruzada. El 29 de octubre promulgó la bula Audita tremendi y viajó a Pisa para ponerse al frente de los preparativos de una flota que debía enviar refuerzos urgentes. (11) Pero el destino torció la voluntad del pontífice pues, ni bien arribado a Pisa, enfermó gravemente y murió el 17 de diciembre. La curia, reunida en Pisa, tardó apenas cuarenta y ocho horas en ponerse de acuerdo en quién debía sucederlo, recayendo la elección en el cardenal Paolo Scolari, quien tomó el nombre de Clemente III. Sugiere Robinson que, tal vez, la premura de la elección haya sido consecuencia del pánico desatado ante la pérdida de Jerusalén. 


Dada la dimensión de la debacle, Roma comprendió que la única chance de que la nueva cruzada tuviese éxito era ponerla en manos de los reyes. El nuevo papa no tardó en dejar de lado el sempiterno conflicto con el Sacro Imperio y convencer al emperador Federico “Barbarroja” de que se pusiese al frente de su ejército y marchara a recuperar Jerusalén. El alemán hizo el voto de cruzado en 1188 y partió hacia Tierra Santa en mayo de 1189 al mando de un gran ejército. Los cronistas medievales hablan de cien mil hombres, aunque la cifra parece exagerada. Sin embargo, tal era el número de tropas, que no pudo ser trasladado por mar, debiendo tomar la ruta de los Balcanes y atravesar el Asia Menor. Luego de capturar Konya, la capital del Sultanato de Rûn, el emperador se cayó de su caballo mientras vadeaba el río Saleph y murió ahogado por el peso de su armadura. 

 

Imagen de Federico "Barbarroja" en un vitraux de la catedral de Estrasburgo


La muerte del emperador impactó en la moral de su ejército. Sin el brazo fuerte del legendario Barbarroja, sus tropas, asediadas por los turcos, comenzaron a flaquear. Como tantas veces ocurrió durante las Cruzadas, el emperador de Bizancio, más preocupado en la seguridad de Constantinopla que en la de los cristianos latinos, se había asegurado de tejer una alianza con el turco para preservarse de un posible ataque de los alemanes. Ahora, el ejército de Federico Barbarroja había quedado en manos de su hijo Federico IV de Suabia, quien estaba empeñado en trasladar los restos de su padre y darles sepultura en Jerusalén. Luego de una marcha penosa, apenas cinco mil alemanes, una pequeña parte del gran ejército que había partido desde Alemania, llegó a las murallas de Acre para el regocijo de los cristianos que la estaban sitiando. 


Mientras los alemanes llevaban a cabo su cruzada, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia, “El Augusto”, depusieron sus rivalidades e hicieron la promesa de marchar a Tierra Santa. Pero Ricardo Corazón de León –el segundo hijo de Enrique II–, se alió al rey francés para derrocar a su padre. Enrique murió el 6 de julio de 1189, poco después de que su ejército fuese derrotado por las tropas de Felipe y Ricardo en la batalla de Ballans. Su hijo fue coronado rey como Ricardo I de Inglaterra en la abadía de Westminster el 3 de septiembre. Luego de asegurarse el control del vasto imperio heredado de su padre, la Cruzada se convirtió en su prioridad. Consciente del esfuerzo económico que requeriría la expedición, puso en marcha un plan de recaudación de fondos a gran escala. Al mismo tiempo que ordenó la incautación de los más grandes y mejores barcos que pudiesen encontrarse en el reino, se aseguró de controlar de manera inmediata toda la plata que había acumulado su padre y no dudó en vender cualquier tipo de privilegios, puestos y cargos en la corona a cambio de grandes sumas de dinero. Inglaterra era la cabeza de un imperio marítimo, y Ricardo –tal como lo señala Gillingham, su gran biógrafo “sería el primer rey cruzado que llevaría su propia flota a Ultramar. (12)


Ricardo I de Inglaterra, duque de Normandía, Aquitania y conde de Anjou


Según la Gesta Regis Ricardi, la flota que partió hacia la cruzada en 1190, estaba conformada por ciento ocho navíos principales “sin incluir otros barcos que les seguirán pronto”. (13) Guilingham coincide en que la flota inglesa estaba conformada por aproximadamente cien grandes naves, un número que para esa época era realmente extraordinario. La flotilla principal, de sesenta y tres barcos estaba comandada por Roberto de Sablé y Ricardo de Canville, en tanto que una segunda flotilla que partió más tarde, tenía como comandante a Guillermo de Fors. (14)


Mientras la armada anglonormanda navegaba circunvalando la Península Ibérica para poner rumbo a Marsella, Ricardo y Felipe se encontraron en Vézélay –el mismo lugar en el que san Bernardo había llamado a la Segunda Cruzada– con la intención de marchar juntos hasta los puertos en los que Ricardo se encontraría con su flota y Felipe con las naves genovesas que había contratado para que trasladaran a Tierra Santa a 650 caballeros y a 1300 escuderos con sus caballos. 


Cuando en julio de 1190 Ricardo llegó a Marsella, su flota aún estaba en camino, cruzando el Estrecho de Gibraltar. Ocurrió que la escuadra comandada por Roberto de Sablé y Ricardo de Canville había recalado en el puerto de Lisboa, en Portugal, para provisionarse, pero las tropas desembarcadas atacaron a las poblaciones locales de judíos y musulmanes provocando una gran matanza. Los saqueos y violaciones posteriores obligaron al enfurecido rey de Portugal a actuar contra los saqueadores produciéndose un gran desmadre. El 24 de julio llegó al puerto de Lisboa el contingente retrasado y, luego de reordenar la situación, la flota completa pudo poner proa al Mediterráneo. Es muy probable que, al ya de por sí numeroso contingente templario inglés, se le uniesen otros caballeros de la Orden que estaban combatiendo en la Península Ibérica pero que querían acudir a Ultramar, en donde la situación se había tornado dramática. (15)  Cabe mencionar –para ser justos– que la presencia de la flota anglonormanda no solo se dedicó a causar estragos en la población no cristiana sino que, según dice el cronista Ralph de Diceto, ayudó al rey Sancho en la conquista del castillo de Silves. (16)


Coca (del flamenco kok), embarcación de vela de casco trincado.

Siglo XII. Transportaba hasta 200 toneladas de carga.


El viaje de Ricardo a Tierra Santa es una muestra acabada de los hechos de armas que justifican su conocida fama. Primero recaló en Sicilia, en donde su hermana, Juana Plantagenet, viuda de Guillermo II, rey de Sicilia y Nápoles, había sido despojada de sus derechos por el rey Tancredo y privada de su libertad. El 4 de octubre Ricardo tomó la ciudad de Mesina y la sometió a saqueo, obligando a Tancredo a sellar un acuerdo. Roberto de Sablé, quien para ese entonces ya se había reunido con Ricardo, formó parte del comité de mensajeros que negociaron con el rey Tancredo, en nombre Ricardo, la dote y la indemnización que se exigía para su hermana Juana. Otro testimonio que deja en claro la importancia de Roberto de Sable en la Plana Mayor de Ricardo tiene que ver con un problema que se produjo a lo largo de la marcha hacia las zonas de embarque a Tierra Santa, pero que estalla en el puerto de Mesina como consecuencia del excesivo auge del juego por dinero y las apuestas entre los soldados. Muchos combatientes (incluso caballeros y nobles de alto rango) pretendían que sus deudas fueran prorrogadas en virtud de los privilegios que habían adquirido por ser cruzados. En efecto, las sucesivas bulas papales en su afán de proteger hacienda y bienes de aquellos que tomaban la Cruz, prohibía perseguir a los cruzados a causa de cualquier tipo de deuda contraída hasta tanto regresaran a sus hogares. Esta circunstancia provocó no pocos abusos entre aquellos que se inclinaban al juego. Para terminar con esta cuestión, que ponía en riesgo la economía del ejército, el rey Ricardo formó un comité financiero y disciplinario para que pusiera límites al juego y que regule las apuestas. Al mismo tiempo conformó un fondo que administraría la mitad de las posesiones de aquellos que morirían en batalla. El comité quedó integrado por los Maestres del Temple y del Hospital que acompañan al ejército cruzado, junto con el duque de Borgoña, Roberto de Sablé y Andrés de Chauvigny. (17)


Resueltos los temas pendientes en Italia, la flota de Ricardo partió hacia el Levante el 10 de abril de 1191. Contaba en ese momento con más de 200 navíos. Dice Guillingham: 


Estos buques no sólo transportaban hombres, sino también tesoros, equipos pesados de asedio y víveres. Había galeras y esquifes, barcos diseñados para el combate, reconocimiento y asalto en las playas. Ricardo de Devizes, a quien le gustan las cifras precisas, dice que la flota contaba con 156 navíos, 24 furcias y 39 galeras, 219 en total. Según su relación de hombres por navío, Ricardo habría estado al mando de unos 17.000 soldados y marineros, una fuerza inmensa para la época. (18)


En el camino, luego de sortear un temporal que dispersó a su armada, Ricardo conquistó la Isla de Chipre que –como veremos– más tarde les vendería a los templarios. Finalmente, zarpó de Famagusta el 5 de junio de 1191. En el buque insignia acompañaban a Ricardo su almirante Roberto de Sablé y el alto mando del Temple de Inglaterra. 



Alcanzaron la costa Siria a la altura del castillo de Markat, la descomunal fortaleza que los hospitalarios habían construido a unos seis kilómetros al sur de Baniás y que era aún más grande que el famoso Crak des Chevaliers. La flota viró hacia el sur y ancló frente a Tiro, pero para sorpresa de Ricardo, Conrado de Monferrato, quien se había proclamado rey de Jerusalén, se negó a abrirle las puertas de la ciudad. Mucho tuvo que ver en esa decisión el aliado de Ricardo, el rey Felipe II Augusto, que había llegado a Tierra Santa dos meses antes (el 20 de abril) y ya tallaba en la política de lo que quedaba del Reino Latino de Jerusalén. En otra oportunidad Ricardo no hubiese permitido tal humillación y se habría empeñado en tomar la plaza, pero esta vez primó la cordura y decidió ir hacia el sur en donde los cristianos se batían en el sitio de la ciudad de Acre. La llegada de Ricardo, el 8 de junio, provocó un estallido de alegría, pues en verdad los cristianos estaban atravesando una complicada situación. El arribo del rey fue precedido de un combate naval sucedido durante la travesía entre Tiro y Acre, en el que la flota anglonormanda echó a pique a una gran nave de transporte egipcia que trasladaba refuerzos de tropas y pertrechos para los sitiados. Esta victoria –muy oportuna para la moral de los sitiadores– provocó el júbilo de los cristianos que recibieron a Corazón de León.


Si bien sitiaban la ciudad, las fuerzas de Saladino, inmensamente superiores en número, mantenían un cerco sobre los sitiadores, de modo que los cristianos debían atender dos frentes: el de la propia guarnición –desde la que salían partidas que intentaban romper el sitio–, y el de las fuerzas de Saladino que los hostigaban día y noche. La flota de Ricardo ahora impedía que los sarracenos pudiesen recibir provisiones por vía marítima y la ciudad comenzaba a padecer hambre. Las pestes también hacían su agosto en los campamentos cristianos: De hecho, Federico de Suabia, el hijo del malogrado emperador Federico Barbarroja, había muerto de malaria en enero, unos meses antes de la llegada de Ricardo.


3.- Roberto de Sablé, Maestre del Temple


Con el arribo de los ejércitos francés e inglés la situación comenzó a cambiar para el bando cristiano, en tanto que a Saladino se le complicaba el panorama. El rey Felipe mandó construir nuevas máquinas para lanzar piedras, que se sumaron a las dos grandes catapultas (trabuquetes de enorme porte) que tenían los hospitalarios y los templarios. Estos últimos llevaban un año sin Maestre, pues como se recordará, el anterior, Gerard de Ridefort había muerto durante el sitio, en octubre de 1190. Pero ahora que habían llegado los refuerzos de Occidente, la Orden estaba nuevamente vigorosa y aliada más que nunca al rey Guy de Lusignan, enemigo de Conrado de Monferrato, también autoproclamado rey de Jerusalén. Ricardo no tardó en tomar en tomar partido por Guy de Lusignan y los templarios. Como era de esperar, los hospitalarios se alinearon junto al rey Felipe Augusto quien, como hemos dicho, sostenía las pretensiones de Conrado.


Enterado Ricardo de la acefalía de los templarios, y al ver que el Gran Capítulo del Temple aún no se había congregado para nombrar al sucesor de Ridefort, reunió a los jefes de la Orden y les sugirió que elijan como nuevo dignatario a Roberto de Sablé. La propuesta era sin dudas atractiva. El candidato propuesto provenía de una noble familia angevina. Tanto su esposa como su hijo habían fallecido y sus hijas estaban casadas. Si bien era dueño de un rico dominio, no tenía demasiadas razones para regresar a Europa. Había demostrado ser un buen administrador, pero también un experto combatiente. Había aún otras dos poderosas razones: contaba con el apoyo del propio Ricardo y, ajeno a la debacle de los Cuernos de Hattin y la caída de Jerusalén, no pesaba sobre él sospecha política alguna. Fue así que allí, en medio del combate por Acre, en circunstancias excepcionales, Roberto de Sablé fue elegido como décimo primer Gran Maestre del Temple.


Luego de cuatro años en manos de los musulmanes, Acre se rindió el 11 de agosto de 1191. Runciman describe aquella jornada en estos términos: 


Apenas aceptada la capitulación, la guarnición sarracena salió de Acre. Los conquistadores se emocionaron al verla pasar camino del cautiverio, pues admiraban su valor y tenacidad, dignos de mejor causa. Cuando el último sarraceno había salido, los francos penetraron, encabezados por Conrado, cuyo portaestandarte llevaba la bandera personal y las banderas de los reyes. El rey Ricardo fijó su residencia en el antiguo palacio real, cerca de la muralla norte de la ciudad, y el rey Felipe, en la antigua fundación de los templarios, sobre el mar, cerca de la punta de la península. (19)


Durante varios días se negoció con Saladino el intercambio de prisioneros. Como las negociaciones se retrasaban, Ricardo, presuroso por iniciar la campaña de reconquista del reino , no tuvo empacho en mandar a degollar a miles de los habitantes musulmanes de Acre, incluidas mujeres y niños de pecho, que no estaba dispuesto a cargar como prisioneros en la marcha, ni dejarlos en la ciudad. Esa matanza, que duró toda una jornada, y que los emires y jeques musulmanes observaron azorados desde las alturas cercanas a Acre, exhibió una crueldad por parte del rey Ricardo que causó estupor en las filas sarracenas. Saladino ahora sabía a quien tenía por enemigo.


El sultán se apresuró a dividir su ejército y apostarlo en las dos rutas que conducían desde Acre a Jerusalén: la que atravesaba Tiberíades, en el Mar de Galilea, y la de Nazaret. Pero Ricardo eligió una tercera no contemplada por Saladino. El rey decidió descender hacia Ascalón marchando paralelo a la costa, con lo cual se aseguraba uno de sus flancos, pero además, con su flota navegando con la costa a la vista, a la par del ejército, no tendría problemas de abastecimiento. La fuerza que había reunido era realmente poderosa: una columna de casi tres kilómetros de largo, encabezada por el propio monarca y los templarios comandados por su nuevo Maestre. Seguían las tropas francesas y el rey Guy, con los nobles locales y los caballeros que Ricardo había traído de Poitou; luego los ingleses y normandos. Cerraban la columna los hospitalarios, atentos a la retaguardia.


Después de una semana de marcha, Saladino les salió al encuentro en un llano al norte de la ciudad costera de Arsuf. El 5 de septiembre de 1191 Ricardo ordenó a la columna que girara de cara al interior y de espaldas al mar. Se situó en el centro de la formación de batalla, al mando de los caballeros seglares. El Temple quedó ocupando el ala derecha del ejército, en tanto que los hospitalarios, la izquierda. Contrario a lo que se podía esperar de su temperamento, Ricardo ordenó que todo el ejército cristiano mantuviese las filas y resistiera el embate de la caballería ligera de Saladino. Los musulmanes se lanzaron una y otra vez sobre los cristianos, escarneciendo sobre el ala izquierda, en donde los hospitalarios  llevaban la peor parte. El Maestre del Hospital, viendo cómo sus hombres eran diezmados, envió una y otra vez emisarios al rey a fin de que le permitiese lanzar una contra carga; incluso se desplazó él mismo para pedírselo personalmente, pero su petición no fue atendida por el rey, cuyo plan era el de preparar una carga coordinada de todo el ejército.


En ese momento, en medio de la discusión del rey y el Maestre del Hospital, el Mariscal de la Orden Hospitalaria, que había quedado al mando de la retaguardia, ordenó el ataque de su flanco sobre los sarracenos. Rápido de reflejos, el rey Ricardo dio entonces la orden de ataque general, lo que a los ojos de los sarracenos pareció un verdadero ataque coordinado. Sobre la posible indisciplina del mariscal de los hospitalarios, de cuyo rango y experiencia en combate podía esperarse una conducta más profesional hay quienes creen que se trató de una confusión. Dice David Nicoll:


Se puede afirmar sin temor a equivocarse que la presión sobre los hospitalarios y los franceses del ala izquierda o la retaguardia cruzada fue tan intensa que su cohesión empezó a debilitarse. Era tal el estruendo, que el mariscal pudo creer que había escuchado el toque de trompetas con el que Ricardo ordenaba una carga coordinada...(20)


La mayoría de los historiadores coincide en que fue más la fama de Ricardo que la fuerza de su ejército lo que hizo entrar en pánico a los jinetes y arqueros musulmanes, que ahora eran presa de una carga de caballería a la mejor usanza europea, y a la que Saladino tanto se había esmerado en evitar en los Cuernos de Hattin. Mientras los musulmanes huían, ningún jinete cristiano cayó en la tentación de perseguirlos, prudencia que se debió en gran parte a la firmeza del rey y su control sobre el ejército. Ya le habían advertido acerca de las viejas tretas de los árabes y su "retirada fingida"; pero esta vez los sarracenos huían enserio, tratando de salvar el pellejo. Ricardo fue vitoreado por sus hombres como el héroe de aquella jornada y todos volvieron a soñar en Jerusalén. La batalla de Arsuf había demostrado que Saladino podía ser vencido en campo abierto. (21) 


Batalla de Arsuf (1191)


El sultán mordía la derrota, pero su ejército seguía intacto. Ricardo decidió reabastecerse en Jaffa, y reforzar sus defensas antes de atacar Jerusalén. Si quería llevar adelante tal empresa debía asegurarse un punto de abastecimiento cercano. Dispuso que parte de su flota anclara en Jaffa mientras que la otra asegurara el abastecimiento de sus huestes. La campaña iba viento en popa, pero las noticias que llegaban desde sus dominios en Europa no eran halagüeñas. Inglaterra necesitaba de su presencia, en tanto que en Chipre se había complicado la situación y su guarnición estaba lidiando con una rebelión de los chipriotas.


Le preocupaba saber que le sería imposible gobernar Chipre una vez que hubiese regresado a Inglaterra, pero a la vez necesitaba sacarle algún provecho a tamaña conquista. Robinson sugiere que fue el Gran Maestre Roberto de Sablé el que le aconsejó vender la isla al Temple. Inmediatamente se convino la operación en cien mil besantes de oro. El Temple pagó cuarenta mil al contado y el resto con cargo a las enormes rentas chipriotas. Mucho se ha especulado con cuán distinta hubiese sido la historia si la Orden hubiera mantenido para sí el reino de Chipre. Al menos, perdidas como fueron las posesiones continentales en Levante, les habría quedado la estratégica posición insular en el Mediterráneo Oriental, desde donde hubiesen podido poner en marcha una operación de reconquista. Pero dejemos esta cuestión, por el momento.


La estancia de Ricardo en Jaffa se prolongó más de la cuenta. La ciudad estaba bien abastecida; no faltaban alimentos frescos, ni vino, ni mujeres cortesanas que habían sido enviadas desde Acre para entretener a los nobles seglares. (Nota: No debe pensarse que las mujeres se dedicaban a divertir a los hombres, pues existen testimonios de su participación en el sitio de Acre como combatientes) Finalmente, ya entrado el otoño, el ejército volvió a ponerse en marcha rumbo a Jerusalén. Las lluvias comenzaron a caer sobre Judea y el avance se hizo lento en medio del lodazal. Aun así, el espíritu de los franceses y los ingleses se mantenía con la moral en alto, convencidos de que tomarían por fin la Ciudad Santa. Llegó el invierno con el ejército en campaña.  


4.- La lejana Jerusalén


En paralelo a la campaña militar, desde septiembre de 1191, apenas un mes después de la batalla de Arsuf, se habían iniciado los contactos entre ambos bandos a fin de sondear qué posibilidades había para terminar la guerra. En un principio Saladino designó a su hermano, Al-Adil, a quien tanto cristianos como musulmanes le reconocían un gran prestigio y habilidad diplomática; por su parte Ricardo envió a Hunfredo de Torón, quien además de contar con el afecto del rey dominaba perfectamente el árabe. Las negociaciones tuvieron sus idas y sus vueltas; se ensayaron diversas alternativas, –incluso se habló de alianzas matrimoniales, impensables entre cristianos y musulmanes–, pero todas fracasaron. Sin embargo, en la medida que la campaña avanzaba, Jerusalén se volvía más lejana. Ricardo estuvo a punto de ordenar el ataque sobre la Ciudad Santa, a la que tal vez hubiese podido tomar. Por su parte Saladino, viendo el avance del ejército cristiano estuvo a punto de abandonar Jerusalén, pero no lo hizo. 


Ricardo regresó a Jaffa después de que los nobles locales, junto con los hospitalarios y los templarios, lo convencieran de que tomar Jerusalén sería arriesgarse a perderla nuevamente, apenas aquellos ejércitos de franceses e ingleses regresaran a Europa. No fueron pocos los cronistas de aquella época que achacaron al Temple no haber ejercido sobre el rey una presión más firme en cuanto a la toma de Jerusalén, lo cual es cierto. Nadie más que los templarios deseaba recuperar Jerusalén, pues allí seguía la explanada de las mezquitas, que había sido su cuartel general. Sin embargo, nadie mejor que los templarios sabía que tomar la Ciudad Santa implicaba un enorme esfuerzo en vano de vidas y bienes, puesto que sería imposible sostener su defensa en medio de un desierto atestado de tropas musulmanas.


Hubo un último combate entre Saladino y Ricardo por la ciudad de Jaffa, que fue tomada por los sarracenos, en tanto que los cristianos se encarnizaron con Ascalón. Luego de estos episodios, el empantanamiento de la guerra, sumado a la fatiga de las tropas y la necesidad de ambos contendientes de poder ocuparse de sus respectivos frentes internos, convencieron tanto a Ricardo como a Saladino, que la cosa no daba para más. El 28 de agosto de 1192, los representantes de Al-Adil trajeron a Ricardo la última propuesta de Saladino: Las ciudades costeras hasta Jaffa, como límite meridional, quedarían en manos de los cristianos. Los peregrinos podrían visitar libremente los Santos Lugares. Tanto musulmanes como cristianos tendrían vía franca en ambos territorios. La fortaleza de Ascalón, que había sido la piedra de la discordia durante mucho tiempo, debía ser demolida. El 2 de septiembre de 1192 se firmó el tratado que aseguraba la paz por cinco años. Ricardo, en su condición de rey, se negó a prestar juramento, pero lo hicieron en su nombre los principales nobles, encabezados por su sobrino, Enrique de Champaña, junto con los Maestres del Temple y el Hospital. Así concluía la Tercera Cruzada.


En cuanto a la política, durante la estadía en Jaffa, Ricardo llamó a consulta al Consejo de Nobles para que se discutiera si la corona debía seguir en la cabeza de Guy de Lusignan o de Conrado de Monferrato. Viendo que la mayoría de las opiniones se inclinaban por Conrado, accedió a reconocerlo como rey. Enrique de Champaña viajó a Tiro para darle la noticia que fue recibida con gran alegría por el marqués. Pero pocos días después era asesinado en una calle de Tiro. ¿Era otro encargo al Viejo de la Montaña y sus asasin? En todo caso, la viudedad de la princesa Isabel –hija del rey Amaury I de Jerusalén y de su esposa María Comneno– duró apenas una semana. Tomó por esposo al mensajero, Enrique II de Champaña, sobrino del rey Ricardo. Guy de Lusignan aceptó ceder el reino y, a instancias del rey Ricardo, le compró Chipre a los templarios. Los Lusignan gobernarían la isla chipriota hasta el siglo XV.


Hay que decir que “Corazón de León” fue un gran amigo del Temple. Cuando finalmente abandonó Tierra Santa, luego de dieciséis meses de combate, eligió volver vestido como un templario, acompañado de un grupo de camaradas de armas. Sufrió dos naufragios, uno en Corfú, en territorio bizantino, y el otro cerca de Aquileia, en tierras del emperador. El grupo decidió seguir la marcha por tierra a través de Austria. Ricardo mantuvo la vestimenta del Temple para que no lo reconocieran; pero no era hombre acostumbrado a pasar desapercibido. Fue descubierto en una posada cerca de Viena y terminó en una mazmorra en el castillo de Leopoldo de Austria, un hombre que había combatido en el sitio de Acre al frente de lo que quedaba de la cruzada de los alemanes. Tomada la ciudad, Ricardo y Felipe ordenaron que el estandarte de Austria fuera arrojado al foso, pues la victoria solo sería para los reyes de Francia e Inglaterra. Ahora, Leopoldo se tomaba su venganza.


Apenas unos meses después de partida de Ricardo, en septiembre de 1193, mientras los templarios planeaban recuperar el perdido castillo de Baghras que había caído manos de León de Armenia, el Gran Maestre Roberto de Sablé enfermó de manera repentina y murió. La muerte del almirante volvió a dejar al Temple en un estado deliberativo. Pero el mundo estaba cambiando. Jerusalén se había perdido para siempre y ahora el reino tenía como epicentro la Bóveda de Acre. Reunido el Gran Capítulo, finalmente eligió un hombre que dos veces había sido relegado, el veterano Maestre de Aragón, Gilberto Erail, quien se convirtió en decimosegundo (para algunos, el decimoprimero) Gran Maestre de la Orden. Pero esa, será otra historia.



Notas


(1) Según Charpentier el recuerdo de este viaje ha sido conservado en los anales de la abadía cisterciense de Waverly. La primera en establecerse en Inglaterra. ”Aquel año (1128) vino a Inglaterra Hugo de Payen, maestre de la milicia del templo de Jerusalén, con dos milicianos y dos clérigos y recorrió todo este país hasta Escocia, reclutando adeptos para llevar a Jerusalén, y muchos tomaron la Cruz y este año y los siguientes se pusieron en camino a Jerusalén” en: Charpentier Louis. (1970). El misterio de los templarios. España: Bruguera. P. 35.

(2) Robert I de Ferrers, primer conde de Derby (c. 1068-1139) nació en Derbyshire, Inglaterra, hijo menor de Henry de Ferrières y su esposa Bertha (quizás l'Aigle). Su padre, nacido en Ferrières, Normandía, Francia acompañó a Guillermo el Conquistador durante su invasión de Inglaterra.

(3) Bernard I de Balliol (muerto en 1154), el segundo Balliol gobernante conocido de su linaje. Fue un barón anglo-picardo del siglo XII que residió durante gran parte de su vida entre el norte de Inglaterra y Bailleul-en -Vimeu cerca de Abbeville en el norte de Francia. Era el sobrino y sucesor conocido de Guy I de Balliol, el primer Balliol en Inglaterra.

(4) Esteban de Blois,  rey de Inglaterra desde 1135 hasta su muerte, así como conde de Boulogne desde 1125 hasta 1147 y duque de Normandía desde 1135 hasta 1144. Padre de Enrique II, el primero de los reyes angevinos. 

(5) Houses of Military Orders: The Temple, in A History of the County of London: Volume 1, London Within the Bars, Westminster and Southwark, ed. William Page (London, 1909), pp. 485-491. British History Online http://www.british-history.ac.uk/vch/london/vol1/pp485-491 [acceso el 4 de junio de 2021].

(6) Enrique Plantagenet, apodado el Joven (Londres, Inglaterra 1155 - MartelFrancia 1183), fue el segundo de los cinco hijos varones del rey Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania y el primero que sobrevivió a la infancia. Fue oficialmente rey de Inglaterra (fue nombrado corregente de su padre),  duque de Normandía​ y conde de Anjou y de Maine.

(7) Ver al respecto: Addison, Charles G., Esq. (1842) The History of The Knights Templars, The Temple Church, and The Temple, Londres: Impreso por G. J. Palmer.

(8) Enrique intentó restaurar la estrecha relación entre la iglesia y el Estado que había existido bajo los reyes normandos. Su primer movimiento fue el nombramiento en 1162 de Thomas Becket como arzobispo de Canterbury. Enrique dio como seguro que Becket, que había servido eficientemente como canciller desde 1155 y había sido un compañero cercano, continuaría siéndolo como arzobispo. Becket, sin embargo, lo decepcionó. Una vez nombrado arzobispo, se convirtió en un defensor militante de la iglesia contra la usurpación real y un campeón de la ideología papal de la supremacía eclesiástica sobre el mundo laico. La lucha entre Enrique y Becket derivó en una crisis en el Concilio de Clarendon en 1164. En las Constituciones de Clarendon, Enrique quiso dejar por escrito las antiguas costumbres del país. El tema más controvertido resultó ser el de la jurisdicción sobre los "religiosos criminales" (clérigos que habían cometido delitos); el rey exigió que tales hombres, después de un juicio en los tribunales de la iglesia, fueran enviados para ser castigados en los tribunales reales.

(9) Hay quienes afirman que Heraclio, luego de la caída de Jerusalén, murió en Acre y que sus restos fueron llevados posteriormente al Temple de Londres. 

(10) Que los Templarios estaban en ese momento empleados por el rey en asuntos monetarios se demuestra en la historia de Walter de Coventry acerca de Gilbert de Ogrestan, el Caballero Templario que, designado recaudador del diezmo, fue acusado de malversación de fondos en 1188, y severamente castigado por el Maestre. Ver en: William Stubbs's edition of Walter of Coventry (Rolls series, 2 vols, 1872–1873).

(11) El primer párrafo de la bula, del cual toma su nombre, es por demás elocuente: Audita tremendi severitate judicii, quod super terram Jerusalem divina manus exercuit... (Oyendo el terrible y severo juicio con que ha sido golpeada la tierra de Jerusalén por la mano divina…).

(12) Gillingham, John (2012) Ricardo Corazón de León, Madrid: Silex Ediciones, pp. 194-196.

(13) Nicholson, Helen, (Trad. 1997) Chronicle of the Third Crusade, A Translation of the Itinerarium Peregrinorum et Gesta Regis Ricardi. Citamos aquí la edición de 2019, New York: Routledge, p. 149

(14)  Gillingham, John (2012) Ricardo Corazón de León, ob. cit. 215

(15) Robinson, John (1994) Mazmorra, hoguera y espada. España: Planeta, p. 192.

(16) Villegas Aristizábal, Lucas. Revisión de las Crónicas de Ralph de Niceto y de la Gesta Regis Ricardi sobre la participación de la flota angevina durante la tercera Cruzada en Portugal, en Stud. hist., H.ª mediev., 27, 2009, pp. 153-170. Ediciones Universidad de Salamanca

(17) Gillingham, John (2012) Ricardo Corazón de León. España: Silex ediciones. p.  226

(18) Gillingham, John, Ricardo Corazón de León. ob. cit. p.  236

(19) Runcinam, Steven (1958), Historia de las Cruzadas, Vol. III Madrid: Revista de Occidente, pp. 48-49.

(20) Ver en : Nicolle, David (2006), The Third Cruzade 1191, Richard the Lionheart, Saladin and the struggle for Jerusalem UK: Osprey Publishing Ltd.

(21) Los cruzados rara vez se complacieron en el siglo XII con estas batallas campales que anhelaban. La batalla campal era un hecho de naturaleza extraordinaria, porque en ella solía jugarse la suerte a todo o nada. Dos ejemplos pertinentes en cuanto a la participación de tropas templarias en batallas campales son la de “Arsuf” (1191) en donde Ricardo Corazón de León demostró que Saladino podía ser derrotado a campo abierto, y las “Las Navas de Tolosa” (1212) en la que la caballería peninsular junto a las órdenes militares asestó un duro golpe al ejército musulmán.











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